Hace 37 años el terror se apoderó de los fronterizos cuando el temible Huracán Gilberto apuntó directamente hacia Nuevo Laredo luego de dejar una estela de muerte y destrucción en la zona sur de la República Mexicana.
El fenómeno se convirtió en un monstruo maligno que amenazaba con arrasar todo lo que se encontraba a su paso con un poder destructivo que hasta la fecha no ha sido igualado.
Huracán Gilberto, el monstruo que estremeció a Nuevo Laredo
Ese día la frontera de Tamaulipas vivió jornadas de incertidumbre con el terrorífico fenómeno meteorológico, uno de los ciclones más potentes de la historia, amenazó con arrasar Nuevo Laredo tras devastar el sureste mexicano.
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Desde el 14 de septiembre de 1988, el huracán Gilberto se aproximó con una fuerza descomunal hacia la frontera norte de México. La población de Nuevo Laredo, Tamaulipas, permanecía en vilo después de conocer las noticias de destrucción en la península de Yucatán y el Golfo de México.
Las transmisiones de radio y televisión advertían que el fenómeno mantenía vientos de más de 200 kilómetros por hora en su recorrido, generando un temor que paralizó a miles de familias a lo largo de la ribera del río Bravo.
Las autoridades municipales, cuerpos de auxilio y elementos del Ejército Mexicano desplegaron un amplio operativo de prevención. Se instalaron albergues en escuelas y centros culturales, mientras patrullas recorrían las colonias para exhortar a la población a proteger ventanas, almacenar agua y resguardar documentos personales.
Preparados para la tragedia
Los bomberos, armados con cuerdas, hachas y motosierras, permanecían acuartelados a la espera de rescates de emergencia, mientras las corporaciones policiales preparaban rutas de evacuación en caso de desastre mayor.
La histeria colectiva se hizo palpable en las calles. Supermercados y tiendas de autoservicio lucieron abarrotados desde la mañana. Las largas filas de compradores agotaron pan, latas de comida, agua embotellada, lámparas y baterías.
Comerciantes reportaron incrementos de hasta un 60 % en el consumo de productos básicos. En los estacionamientos, los vehículos se agolpaban mientras familias enteras llenaban sus carritos con provisiones ante la inminente llegada del ciclón.
Esa noche, el meteorólogo Richard Berler informaba que Gilberto tocaría territorio mexicano entre Matamoros y el sur de Tamaulipas durante las primeras horas del sábado.
En ambos Laredos, los cielos se cubrieron de nubes densas acompañadas de lluvias persistentes. Los vientos, que alcanzaron rachas de entre 65 y 112 kilómetros por hora, provocaron apagones intermitentes y caída de árboles en distintos sectores de la ciudad.
Las carreteras hacia Monterrey, Miguel Alemán y Monclova fueron cerradas por derrumbes, inundaciones y el colapso de un puente en la cuesta de Mamulique, dejando a la región prácticamente incomunicada.
Aunque el ojo del huracán finalmente desvió su trayectoria hacia Nuevo León, las secuelas se hicieron sentir. Vuelos cancelados en el aeropuerto Quetzalcóatl, accidentes viales con lesionados y el desbordamiento de arroyos en comunidades vecinas confirmaron la magnitud del peligro. El río Bravo incrementó su caudal, inundando zonas bajas y obligando a desalojos temporales.
Hoy, a más de tres décadas de aquel episodio, la memoria de los neolaredenses que sintieron esa angustia de no saber qué iba a pasar permanece viva y muchos aún agradecen ese desvío inexplicable de la poderosa tormenta.