Durante décadas, el Puente Uno, conocido oficialmente como Puente de las Américas, fue testigo diario de miles de pasos que iban y venían entre Nuevo Laredo y Laredo, Texas.
Pero más allá del cruce fronterizo, lo que permanece vivo en la memoria de los neolaredenses es la existencia de un misterioso túnel, enterrado hoy bajo concreto, que marcó una rutina agotadora y, al mismo tiempo, entrañable.
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El túnel del Puente 1 de Nuevo Laredo
Aquel paso subterráneo, sin una función técnica clara, obligaba a los peatones a descender y luego subir un tramo empinado de escaleras.
Para quienes regresaban cargados de bolsas tras un día de compras en el centro de Laredo, el trayecto resultaba extenuante. Las amas de casa, sobre todo, recuerdan el esfuerzo físico como una constante, sólo aliviado por los muchachos que, por unas monedas, ofrecían ayuda cargando el mandado.
Entre el eco de las pisadas y el rumor del tránsito internacional, había también escenas que rozaban lo misterioso. Una pareja humilde se encontraba siempre a mitad del túnel: él, tocando melodías tradicionales con un acordeón envejecido; ella, con un bebé en brazos que nunca parecía crecer.
El niño dormía sin interrupción, como si el tiempo no tuviera efecto sobre él. La imagen dejó una impresión en quienes, durante años, los vieron en el mismo sitio, inalterables, casi como parte de la estructura.
Paso subterráneo quedó enterrado
Con la remodelación binacional del Puente 1 a inicios de este siglo, las autoridades decidieron clausurar el túnel y cubrirlo con una losa de concreto. Desde entonces, ese tramo subterráneo quedó relegado al recuerdo. Y con él, la desaparición inexplicable de la pareja del acordeón y el bebé eterno, quienes se desvanecieron sin dejar rastro.
Hoy, el túnel del Puente Uno vive sólo en las voces de quienes aún rememoran aquellas caminatas fronterizas, cargadas de bolsas, equipajes y preguntas sin respuesta.