Las fiestas de San Judas Tadeo convocan a miles de fieles neolaredenses por motivos religiosos, pero también por la promesa de un banquete callejero que despierta los sentidos.
En torno a la iglesia, los puestos se llenan de vida y sazón, ofreciendo una experiencia gastronómica que convierte la fe en un motivo más para disfrutar de la cocina popular mexicana.
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Los sabores y antojitos de las fiestas de San Judas
Lejos de los menús tradicionales que dominan los restaurantes de Nuevo Laredo, en estas celebraciones emergen aromas y sabores de tierras lejanas.
Es un espacio donde los visitantes pueden recorrer México a través del paladar, probando delicias que difícilmente aparecen en la vida cotidiana de la frontera.
Uno de los tesoros más codiciados es el chicharrón de catán, típico del sureste, cuya carne de pejelagarto se fríe hasta quedar dorada y crujiente.
A su lado, las gorditas de nata llenan el aire con su aroma dulce y textura esponjosa, un recuerdo del corazón del país. Las enchiladas mineras, con su relleno de papa y zanahoria y su baño de chile guajillo, rinden homenaje a Guanajuato y a la tradición de las cocinas trabajadoras.
Salado y dulce
Para quienes buscan postres, los buñuelos de viento brillan con azúcar y canela, mientras los plátanos fritos con media crema conquistan con su sabor. No falta el pan de pulque artesanal, horneado como antaño, con ese toque fermentado que lo hace único.
Solo el 12 de diciembre, durante las fiestas guadalupanas, se puede disfrutar un ambiente culinario comparable. Pero es en octubre, al pie del templo de San Judas de la colonia del ISSSTE, donde la fe y el apetito se dan cita en un mismo altar, porque la comida de San Judas Tadeo es más que alimento: es tradición y devoción.
