Las clases sociales en la antigua Roma regían el orden de uno de los imperios más poderosos de la historia humana; pero había diferencias abismales entre hijos e hijas
En Roma, todas las hermanas de la misma familia se llamaban igual, pues no tenían derecho a un nombre propio.
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Actualmente, Patricia suele ser considerado un nombre regio y de gran importancia, pues así se bde aquellos hombres reconocidos como parte de la clase privilegiada (patricii).
Pero en aquellos tiempos del Imperio Romano, una mujer llamada Patricia solo significaba que pertenecía a la cabeza de una casa privilegiada o un ‘patricio’. Una experta historiadora explica que es necesario reescribir los libros de historia, pues han ignorado a la mujer en sus textos.
De acuerdo con una los especialistas, la historia romana brilla por la ausencia de las mujeres, pues en realidad ellas eran propiedad de los hombres y, a veces, valían más algunos esclavos, que las hijas de una familia.
En los textos actuales, se resalta cómo la historia ha tergiversado el perfil ciertas mujeres importantes en la historia, Cleopatra y Livia han sido señaladas como manipuladoras y ambiciosas, pero en realidad se ha rescatado que ellas tuvieron que superar aspectos difíciles, incluyendo abortos y exilios.
Durante el Imperio Romano, el sexo femenino pudo gozar de una posición económica importante, que se buscó limitar con la ley Voconia, que no les permitía heredar el dinero familiar o la ley Oppia, que les prohibía lucir sus joyas. Aunque invisibles, las mujeres en Roma eran libres y ésta se perdió cuando llegó la Edad Media.
Las mujeres nacidas en libertad podían ser ‘matronas’ o jefas de familia, aunque el nombre de Patricia solo lo obtenían las herederas de estos grupos sociales privilegiados; aunque si había muchas hermanas, todas se llamarían igual y serían diferenciadas por un número: Segunda, Tertia, Quarta, etc.
Sus nombres eran modificados cuando ‘las casaban’, pues pasaban a ser propiedad de sus maridos y adoptaban el nombre familiar de su esposo, reflejando que dejaban de pertenecer a su linaje original para formar parte del patrimonio de otra familia.
Así, su identidad legal y social quedaba supeditada al varón, borrando gran parte de su historia individual. Si una Patricia se casaba con un hombre de la casa Claudio u Octavio, sería llamada Claudia u Octavia.