Las arenas movedizas han sido, por décadas, símbolo de peligro inminente en las películas de aventuras, pero su naturaleza real es mucho menos dramática.
Lejos de su reputación cinematográfica, este fenómeno es una consecuencia de procesos físicos naturales que licuan el suelo, haciéndolo incapaz de sostener peso. Más allá del susto, el riesgo de ser “tragado” por estas formaciones es mínimo si se actúa con calma y conocimiento.
Arenas movedizas en México
Desde una perspectiva geológica, las arenas movedizas se producen cuando el agua satura un lecho arenoso al punto de eliminar casi por completo la fricción entre sus partículas.
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Esto genera un estado semifluido, capaz de atrapar a una persona que camine por ahí, especialmente si intenta liberarse bruscamente. Terrenos cercanos a ríos, playas, manantiales o lagos pueden presentar estas condiciones bajo ciertas circunstancias, como terremotos o movimientos de agua subterránea.
En México existen registros de este fenómeno en regiones como Isla del Carmen, en Campeche, donde usuarios alertaron sobre zonas costeras inestables a través de redes sociales.
En otro caso, una joven quedó atrapada en lodo tipo arena movediza mientras exploraba la Presa La Boca, en Nuevo León. Aunque logró salir ilesa, el incidente evidenció cómo condiciones como la sequía pueden alterar la estabilidad del terreno.
Derrumbando mitos
Comprender la dinámica de estos suelos permite desmitificar su amenaza. Al quedar atrapado, lo recomendable es no forcejear, sino recostarse lentamente para distribuir el peso y flotar.
Este principio se basa en la densidad corporal comparada con la del suelo licuado, más pesada que el agua, lo cual permite que el cuerpo humano flote naturalmente.
Así, el enigma de las arenas movedizas deja de ser una trampa mortal para convertirse en un fenómeno natural fascinante, cuya clave está en la calma y el conocimiento. Porque sí: las arenas movedizas existen, pero el verdadero peligro es no saber cómo enfrentarlas.