Cada año, millones de mexicanos preparan sus ofrendas durante la celebración del Día de Muertos. Estas ofrendas incluyen elementos tradicionales como papel picado, velas, inciensos, agua y, por supuesto, comida, especialmente los platillos que más disfrutaban los difuntos mientras estaban vivos.
Entre los más comunes se encuentran enchiladas, mole, pan de muerto, dulce de calabaza, tejocote y frutas como guayaba, caña o mandarina.
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La finalidad de estos alimentos es rendir homenaje a los seres queridos fallecidos, quienes, según la creencia popular, regresan al plano terrenal para “probar” sus platillos favoritos. Sin embargo, tras la festividad, muchas personas se preguntan: ¿qué hacer con la comida de la ofrenda?
Algunas personas consideran que los alimentos pierden sabor tras haber sido “probados” por los difuntos, mientras que otros aseguran que consumirlos sería una falta de respeto. Sin embargo, estas ideas forman parte del folclore y no representan un impedimento real para comerlos. La realidad es que no hay problema en aprovechar estos alimentos, evitando desperdiciarlos.
Si decides consumir la comida de la ofrenda, es importante tomar precauciones. Revisa que los platillos no estén en mal estado o deteriorados, y asegúrate de que no hayan sido tocados por insectos u otros contaminantes. Las frutas pueden lavarse antes de comer, los dulces y calaveritas suelen estar en buen estado, pero el pan de muerto podría estar duro o perder sabor.
En definitiva, comer lo que se coloca en la ofrenda es una práctica segura siempre que se verifique su estado, combinando respeto por la tradición con el sentido común.
Así, los alimentos que honran a los difuntos también pueden disfrutarse de manera responsable por los vivos, evitando desperdicios y conservando la esencia de esta celebración tan mexicana.
