Judith Barsi tenía apenas 10 años, pero ya brillaba con fuerza en el mundo del cine. Su voz dio vida a personajes inolvidables como Ducky en 'En busca del valle encantado' y 'Anne-Marie en Todos los perros van al cielo'.
En pantalla era risueña, brillante, una promesa imparable. Sin embargo, detrás de cámaras, su vida estaba marcada por el miedo.
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Hija de inmigrantes húngaros que soñaban con el sueño americano, Judith fue descubierta en una pista de hielo por un agente que quedó impactado con su carisma. Desde entonces, participó en más de 70 producciones entre series, comerciales y películas.
Pero mientras su carrera crecía, en casa vivía una pesadilla: su padre, József Barsi, era alcohólico, violento y extremadamente celoso del éxito de su hija y del control de su esposa sobre los contratos.
Los signos de alarma eran claros
Judith dejó de crecer, bajó de peso y los médicos diagnosticaron estrés severo. Su madre documentaba golpes y amenazas, pero el miedo le impidió denunciar. Incluso los servicios sociales visitaron su hogar, pero no actuaron. La tragedia se gestaba lentamente, a la vista de todos.
El 25 de julio de 1988, József esperó a que su esposa e hija durmieran. Les disparó y luego vivió con los cuerpos durante días. Finalmente, incendió la casa y se quitó la vida. El incendio alertó a los vecinos y reveló el horror que se escondía en aquel hogar de Los Ángeles.
La industria quedó devastada
En 'Todos los perros van al cielo', estrenada tras su muerte, se incluyó una dedicatoria: “A nuestra amiga Judith Barsi”.
El actor Burt Reynolds, que daba voz a Charlie, pidió regrabar su despedida con lágrimas reales, diciendo: “Yo también te extrañaré”.
Hoy, su tumba es visitada por fans que le dejan flores, juguetes y cartas. Judith es recordada no solo como una promesa del cine, sino como símbolo de una infancia que nunca debió terminar así.