En la pantalla, Jean Harlow era la fantasía platino de Hollywood: radiante, sensual, imparable. Pero fuera del encuadre, la joven actriz libraba una batalla silenciosa contra una enfermedad que la transformó en cuestión de semanas.
A los 26 años, Harlow murió el 7 de junio de 1937, víctima de una uremia fulminante, derivada de una insuficiencia renal que la industria prefirió ignorar hasta que fue demasiado tarde.
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Durante el rodaje de 'Saratoga' (1936), su última película, Harlow comenzó a quejarse de dolores de cabeza intensos, fatiga extrema y náuseas. Sus compañeros notaban su rostro inflado, el aliento con olor a amoníaco síntoma clásico de falla renal y un extraño cambio en su mirada. MGM, preocupada por la producción, mantuvo todo en silencio.
La maquillaban para cubrir la hinchazón, le iluminaban con cuidado, y acortaban sus escenas.
Pocas semanas antes de morir, su aspecto había cambiado drásticamente: su cuerpo retenía líquidos de forma alarmante. Clark Gable su co-star en 'Saratoga' menciono que al momento de su muerte, Jean Harlow ya no parecía ella.
Estaba hinchada, pálida, irreconocible. Era como si algo dentro de ella hubiera explotado lentamente.
Su madre, ferviente seguidora de la Ciencia Cristiana, retrasó la atención médica alegando que la oración bastaría. Cuando finalmente fue ingresada, los riñones ya no funcionaban. En 1937 no existía la diálisis.
La estrella más brillante de la MGM fue enterrada en un ataúd blanco, con orquídeas en el pecho. Pero el público nunca vio su cuerpo. Tal vez era mejor así.
La imagen que el mundo tenía de Harlow era la de una mujer imposible de destruir. La verdad era otra, murió lentamente, hinchada por dentro, víctima de su época… y de un sistema que no permitía que sus ídolos enfermaran.