Las imágenes recientes de desbordamientos en Texas activan recuerdos latentes de una de las tragedias más dolorosas en la historia de Nuevo Laredo: la gran inundación de 1954.
Lo que comenzó como una ligera llovizna en la cuenca del Río Diablo, pronto se transformó en una brutal corriente que, al fusionarse con el Río Bravo, arrasó con todo a su paso. Era el preludio de un desastre sin precedentes en esta región fronteriza.
La trágica inundación de 1954
La madrugada del 28 de junio, el cauce del Bravo rompió sus límites naturales e invadió con furia sectores enteros de Nuevo Laredo y Laredo, Texas.
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Las primeras áreas afectadas fueron zonas residenciales y comerciales, lo que obligó a desalojos apresurados. La comunicación terrestre entre ambos países se perdió cuando el puente internacional, debilitado por la presión del agua, fue destruido deliberadamente por autoridades de ambos lados, en un intento por evitar un colapso mayor.
Testigos de aquella noche describen el estruendo del agua como un trueno interminable. Más de 400 viviendas colapsaron. El hedor a lodo y muerte invadió cada calle sumergida.
La población quedó atrapada y dependiente del auxilio aéreo. Desde el Palacio Municipal, periodistas narraban minuto a minuto los esfuerzos por contener la emergencia, mientras helicópteros sobrevolaban los cielos con víveres y esperanza.
Siete décadas después, la memoria de aquel desastre persiste gracias a fotografías del fatal evento. Parte de esas imágenes actualmente son compartidas también en redes sociales y retratan la crudeza del momento y la valentía de quienes lo enfrentaron.
Recordar la tragedia de la inundación del río Bravo honra a sus víctimas y refuerza la necesidad de medidas preventivas ante eventos climáticos extremos y fenómenos climatológicos severos como calentamiento global. Porque si la historia enseña algo, es que el Río Bravo puede volver a rugir de nuevo.