Al pasar las oficinas del Panteón Municipal Antiguo y dar vuelta a la derecha, a pocos pasos se pueden observar varias tumbas muy anchas, bastante toscas y construidas con ladrillos.
La peculiar escena nos señala que se trata del sector más antiguo de este cementerio que ya está próximo a cumplir siglo y medio de haber sido fundado.
Por su forma y material estas tumbas resultan muy llamativas, y no es para menos, pues algunas llegan a tener más años que muchos inmuebles ubicados en el Centro Histórico.
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Afortunadamente, hace algunos años recibieron mantenimiento y restauración por parte del personal que atiende la Dirección del Centro Histórico, debido a que el lugar ya es considerado como zona de monumentos históricos y artísticos, por lo tanto, fue declarado como patrimonio cultural e histórico de Nuevo Laredo.
Se trata de sepulcros aéreos, es decir, los difuntos no eran puestos bajo tierra, sino que eran colocados dentro de bóvedas de ladrillo que eran selladas herméticamente.
En inhumaciones posteriores, los huesos de quienes reposaban ahí eran colocados en un extremo para dar cabida a otro cuerpo. Con el paso del tiempo, algunas de estas tumbas fueron recubiertas con aplanado de cal y arena, otras incluso con concreto al entrar el siglo XX, en un afán de hacerlas más resistentes y más agradables a la vista.
En pocos casos también hubo túmulos que se decoraron con detalles hechos con ladrillos modelados, pintura blanca e incluso algunos agregados de mármol, como placas con epitafios, cruces y obeliscos.
Las que permanecieron con el ladrillo aparente tienden a deteriorarse con mayor rapidez, pero muestran a las actuales generaciones los métodos de construcción y materiales utilizados a fines del siglo XIX.
¿POR QUÉ SON ASÍ?
Se cree que este tipo de sepulcros fueron producto de una moda propia del siglo XIX, quizá traída al área fronteriza entre Tamaulipas y Texas por imitación de los cementerios de Nueva Orleans cuando existió mucho contacto comercial con esa región del sur de Estados Unidos.
Se pueden encontrar tumbas así en los cementerios más antiguos de ciudades y poblados fronterizos como Matamoros, Progreso, Reynosa, Camargo y Nuevo Laredo, en Tamaulipas, así como en Roma y otros pueblos de Texas.
Regularmente se trataba de las tumbas de familias con una economía que les permitía ese lujo.
Cabe recordar que, durante la Guerra de Recesión en el vecino país, se esta bleció una ruta marítima para el comercio que trataba de sacar la producción de algodón de Texas sin que ésta corriera peligro.
Los barcos llegaban desde Nueva Orleans a la desembocadura del río Bravo o Grande, de ahí el traslado a tierra adentro era por medio de barcazas de vapor.
Eso provocó un intercambio de modas y costumbres que se vieron reflejadas a lo largo de la nueva frontera entre los dos países. Otra hipótesis sobre el origen de este tipo de sepulcros tiene que ver con una visión romántica muy propia del siglo XIX frente al tema de la muerte.
La muerte cobró un papel muy significativo como parte de la existencia terrenal y espiritual de los seres humanos, por lo que conservar una proximidad con los cuerpos de los difuntos era algo bien visto.
Es por eso que muchos cuerpos inertes no se enterraban, sino se colocaban en criptas, y en muchos casos hasta había un intento por preservarlos el mayor tiempo posible con el embalsamamiento.
Una tercera hipótesis, quizá muy válida, en el caso de Nuevo Laredo, está relacionada con la incertidumbre de la permanencia humana en poblados de nueva creación. Si una villa apenas florecía, no había seguridad si tendría éxito, por lo tanto las familias no sabían si permanecerían en el lugar.
De esa forma, mantener los restos de los difuntos en lugares muy accesibles para su exhumación y traslado suena como algo muy lógico. Algo parecido sucedía en muchos pueblos mineros o estaciones “de paso” para el ferrocarril. Aunado a eso, en la idiosincrasia mexicana es común que las familias trasladen los restos de sus antepasados al lugar donde creen que se quedarán a radicar de forma permanente.
VERDADERAS RELIQUIAS
La tumba más antigua del cementerio es de este tipo y data de 1880. Ahí sepultaron a Tiburcia González de Ramos y a Juan Ramos Treviño, miembros de una de las familias fundadoras de Nuevo Laredo.
Los restos de los difuntos se colocaban prácticamente a flor de tierra, ya que eran introducidos a una bóveda construida con ladrillos unidos por una mezcla de cal y arena. Los cuerpos en su ataúd se introducían por medio de una abertura ubicada en un extremo, misma que luego sellaban con el mismo material, así el proceso de descomposición quedaría aislado del exterior.
Como este tipo de tumbas facilita mucho la recuperación y posterior traslado de los restos, algunas ya permanecen vacías, como el caso del sepulcro de Santiago M. Belden, considerado como uno de los grandes benefactores de Nuevo Laredo a fines del siglo XIX, del que solamente queda la bóveda de ladrillo y un monumento de mármol adosado. Once años después de su muerte ocurrida en 1892, los descendientes de Belden trasladaron sus restos al Panteón de Dolores de su natal Monterrey.
Como se observa, este tipo de monumentos funerarios no solamente sirvieron para resguardar restos humanos, sino que permanecen para narrar algo del pasado regional, como las costumbres, las modas, la economía, sus creencias religiosas y la idiosincrasia de una comunidad en formación que, a pesar de muchas vicisitudes, continuó y forjó una identidad propia.
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