El sábado 17 de mayo, Cristian, un joven de apenas 18 años, regresaba a casa tras una jornada laboral en Iztapalapa, Ciudad de México, cuando una bala perdida acabó con su vida.
El ataque no iba dirigido a él, pero el destino quiso que una de las balas disparadas por hombres armados contra un puesto semifijo en la calle Ermita Zaragoza lo alcanzara en el pecho, causándole una herida mortal. Cámaras de seguridad captaron el momento en que los agresores, tras realizar los disparos, recogieron los casquillos para borrar evidencia.
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Cristian, acompañado por su jefe y vecino, caminaba por la calle Chilpancingo Sur cuando se escucharon varias detonaciones. José Antonio, su acompañante, intentó protegerlo jalándolo al suelo, pero ya era tarde, una bala lo había impactado directamente.
El joven quedó tendido justo frente a la Unidad Médico Familiar del ISSSTE, con las manos en el pecho tratando de contener la herida. Su acompañante gritó por ayuda mientras peatones llamaban al número de emergencia. La familia de Cristian, al llegar al lugar, lo cargó hasta la entrada de urgencias, a tan solo 100 metros de distancia. Una hora después, los médicos confirmaron su fallecimiento.
Cristian era recordado por su familia como un joven trabajador, alegre y entusiasta. Amaba viajar y recientemente había disfrutado unas vacaciones familiares en Veracruz. Su cumpleaños se acercaba, habría cumplido 19 años en julio, la tragedia no quedó impune.
Con apoyo de cámaras de videovigilancia, autoridades capitalinas lograron identificar y detener esa misma noche a dos presuntos responsables: Roberto Valentín “N” y Juan Antonio “N”, quienes huyeron hacia la zona de Los Andadores. Ambos fueron arrestados por su presunta participación en el ataque, la alteración de la escena del crimen y la muerte de Cristian.
Además, se reportó un segundo herido, quien recibió un disparo en la pierna y logró llegar por sus propios medios al Hospital General Balbuena. La familia de Cristian ahora exige justicia y espera que los detenidos declaren quién fue el autor del disparo que le arrebató la vida a su ser querido.
Lo que debía ser un sábado cualquiera, terminó convirtiéndose en una jornada de luto y rabia por la violencia que no cesa en las calles de Iztapalapa.