En México, la comida de la ofrenda ocupa un lugar sagrado dentro del ritual del Día de Muertos. Cada platillo, aroma y color tiene un significado profundo que conecta al mundo terrenal con el espiritual.
Pan de muerto, tamales, frutas, dulces o tequila no se colocan por antojo, sino como símbolos del afecto y la memoria. Se cree que entre el 1 y 2 de noviembre, las almas regresan a sus antiguos hogares para disfrutar de la “esencia” de esos alimentos, mientras los vivos acompañan su visita con velas, flores y oraciones.
¿Qué pasa si alguien se come la ofrenda antes de tiempo?
Según la creencia popular, comer o tomar algo de la ofrenda antes de tiempo rompe ese equilibrio. Se dice que quien lo hace puede sufrir pesadillas, accidentes o incluso sentir la presencia del difunto molesto.
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En los pueblos más tradicionales, este acto puede considerarse una ofensa grave, ya que implica interrumpir la cena simbólica de los muertos. De ahí el conocido refrán que alude a males físicos o espirituales:
Quien come de la ofrenda, se lo come el difunto en el estómago
En muchas familias, la comida se conserva intacta durante la vigilia, y solo después del 2 de noviembre se comparte entre los vivos como un gesto de bendición. Comerla antes, en cambio, se percibe como una falta de respeto comparable a quitarle el plato a un ser querido mientras come.
Respeto y paciencia
En la práctica, si un niño toma un dulce del altar probablemente solo reciba un regaño; pero para los mayores, el gesto conserva una profunda carga simbólica.
Más allá de lo supersticioso, la tradición enseña respeto, paciencia y gratitud hacia quienes ya partieron. Así, la comida de la ofrenda permanece como un vínculo eterno entre la vida, la muerte y el amor que une a los vivos con sus difuntos
