Cuando hablamos de insectos comestibles, muchas personas fruncen el ceño. Sin embargo, en varias culturas del mundo, los insectos son una fuente tradicional de proteínas y nutrientes. En México, uno de los más reconocidos es el jumil, un pequeño insecto parecido a una chinche que se consume especialmente en el estado de Hidalgo y algunas zonas del centro del país.
Los jumiles pertenecen a la familia de las chinches y se recolectan principalmente durante la temporada de lluvias, entre octubre y noviembre.
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A pesar de su pequeño tamaño, estos insectos son ricos en proteínas, hierro y antioxidantes, lo que los convierte en un alimento nutritivo y energético.
En cuanto al sabor, los jumiles poseen un gusto muy particular. Se describe como intenso, terroso y ligeramente amargo, con un toque que recuerda al clavo o a los frutos secos tostados.
Por esta razón, no se comen crudos solos, sino que suelen incorporarse en salsas, tacos, guisos o molidos para hacer pastas y aderezos, a menudo acompañados de chile y limón, que suavizan su sabor.
Históricamente, los jumiles eran consumidos por los pueblos prehispánicos, quienes los consideraban un manjar afrodisíaco y sagrado. Hoy en día, su consumo se mantiene como una tradición en ferias gastronómicas, mercados locales y restaurantes que buscan resaltar la cocina mexicana ancestral.
A diferencia de otras chinches que pueden ser tóxicas o simplemente desagradables al paladar, los jumiles son seguros para el consumo humano siempre que sean recolectados en su entorno natural y preparados adecuadamente.
Esto ha llevado a que algunos chefs innovadores los incluyan en menús gourmet, demostrando que incluso los insectos pueden convertirse en una experiencia culinaria sofisticada.
Con su sabor único y su aporte nutritivo, los jumiles representan un ejemplo de cómo la gastronomía mexicana fusiona tradición y creatividad, invitando a quienes buscan nuevas experiencias a atreverse a probar un bocado de historia y cultura.