En el corazón de Monterrey, sobre la calle Carlos Salazar, en la colonia Centro, aún se encuentra una casa que guarda uno de los tesoros más entrañables de la televisión regiomontana.
Ese inmueble fue el hogar de José Marroquín Leal, mejor conocido como Pipo el Payaso, ícono de la infancia de miles de niños del noreste de México.
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Detrás del maquillaje blanco, la peluca rizada y la voz inconfundible, estaba un hombre con una misión: educar, entretener y hacer reír. Pipo nació como personaje en 1957, pero su programa infantil cobró fuerza en los años 60 a través de XEFB-TV (hoy Televisa Monterrey), transmitido durante más de tres décadas.
Su casa, ubicada muy cerca de donde operaba la estación del canal, no solo era su refugio personal, sino también un centro creativo donde nacían libretos, canciones y dinámicas que más tarde se verían en pantalla.
Vecinos de la zona recuerdan que era común verlo ensayar en su patio e incluso grabar segmentos desde su propio hogar.
Pero su legado fue más allá del entretenimiento: promovía valores como la amistad, el respeto y el amor a la familia, y fue pionero en contenidos infantiles con fines educativos. Su impacto fue tan relevante que incluso recibió reconocimientos oficiales por parte de autoridades educativas.
Tras su fallecimiento en 1998, su casa ha permanecido cerrada y, en la actualidad, luce abandonada. Sin embargo, su imagen sigue viva entre la gente.
De hecho, videos recientes en TikTok muestran cómo luce la fachada de su antigua vivienda, que muchos regiomontanos visitan para rendirle un pequeño homenaje.
Ese rincón de la calle Carlos Salazar no es solo una casa: es parte del ADN cultural de Monterrey. Un símbolo de la nostalgia colectiva, del poder de la televisión local y de cómo un personaje hecho con cariño puede marcar a toda una ciudad.