APUNTES DESDE MI HOGAR

Un viaje inesperado (3)

Escrito en OPINIÓN el

De niña no me identifiqué con Heidi, el personaje de Johana Spyri, como lo hice con cualquier otro de Las Mil y una Noches. Sin embargo, leí su historia no sé cuántas veces, pese a mi resistencia de entender cómo vivir en los Alpes y ser feliz al mismo tiempo.

Conforme el barco tocaba tierra, las montañas se acercaron o nosotros a ellas, casi frente a frente. El entorno se cubrió de verde y pardo, y se comenzaron a vislumbrar, aisladamente, casitas blancas con techos de agua rojos, refiriendo un paisaje ligado a la pintura estilo naif, tan traído y llevado en los cuentos infantiles. Y ahí sí, la mirada juega tretas insospechadas, pues en cualquier momento puede parecer ver a Heidi ascendiendo las cuestas con el Abuelo.

La primera parada del crucero en Islandia, fue en Isafjordur, un poblado con 3 mil 950 habitantes. Aunque el día estuvo soleado, el aire era bastante frío, motivo por el cual decidí no desembarcar, pese a que las lanchas transportadoras estaban cubiertas. La importancia de la excursión radica en largas caminatas por veredas que conducen a cascadas y ríos, produciendo estampas pocas veces vistas en otro tipo de viaje. Ya he comentado que soy sedentaria, por lo que no eché de menos las marchas.

La segunda estación fue en Grundarfjordur, un paraje con 900 habitantes. Igualmente el aire frío corría con ganas, así que tampoco desembarqué, pero Juanleo hizo una reseña por demás encantadora:

“Entrando al pueblito, un señor, acompañado por sus dos lindísimas hijitas, hacía las veces de taquillero entregando boletos para recorrer las estancias. A falta de papelería desechable, los boletos no eran otra cosa sino barajas para póker, que habrían de devolverse a la salida. Al pasar a otra atracción, las niñas fungían como anfitrionas, mientras que la esposa manejaba el autobús turístico llevando más personas. Finalmente, el señor asumía el papel de chofer del camión, la señora atendía un puesto de snacks y las preciosas niñas decían adiós a los excursionistas.”

Bien, en la tercera parada del crucero, mi guapérrimo esposo agotó su solidaridad conmigo, y bajó con nuestros hijos y nieto a Akureyri, ciudad muy moderna de aproximadamente 20 mil habitantes, y tal vez la más hermosa de la comarca.

Yo aproveché visitar la biblioteca del barco, bastante amplia y acogedora, con libros en diferentes idiomas. Entre mullidos sofás y elegantes estanterías, se pretende pasar un buen rato. Me enfrasqué en El Museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, historia de amor que acaso sea más intensa que la de Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Eloísa y Abelardo.

A su regreso, los paseantes no hicieron más que describir la belleza de aquellos territorios en los que se confunden naturaleza y mística, horizonte y color, piedra y cielo. Venturosamente, tomaron muchas fotografías en las que aprecié que toda perspectiva en Islandia no deja de ser artística y estremecedora.

No sé por qué alguna vez imaginé que los desolados y gélidos paisajes de esas lejanas tierras, serían la representación geográfica del trayecto hacia la muerte. Pero no, he decidido que mi travesía sea despidiéndome de las azules montañas entre Monterrey y Nuevo Laredo, con sus campos removidos para la siembra o con su aridez de temporada, con su verdor de estío, su abrasante sol o la desamparada frialdad del ciclo que clausura. Porque todo camino final a Nuevo Laredo conduce hacia la placidez del hogar, así sea el hogar definitivo.