En el año de 1985, con motivo de la celebración de las fiestas patrias, los obispos mexicanos dieron este mensaje: “A 175 años del inicio de la Independencia corresponde a esta nación, porción de la grey del Señor de la Historia, hacer un alto y reflexionar: ¿Qué significa ser independiente? ¿Somos protagonistas de nuestra propia historia? ¿Qué proyecto, que surja de nuestra identidad como pueblo de matriz católica, podrá llevarnos adelante? ¿Qué debemos rectificar para no caer en nuevas dependencias? Nuestro Pueblo es rico en valores: profundamente religioso, con esperanza y alegría de su fe, creativo, hospitalario, con generoso sentido de la misericordia… pero también es un pueblo necesitado de organización participativa, de laboriosidad, de arrojo, de responsabilidad, de tenacidad para superarse, de respeto a los demás… Está frente a nosotros una tarea que pide tomar conciencia de nuestras propias raíces y dar señales efectivas de integración nacional, de superación de prejuicios y de reconciliación. Esto exige caer en la cuenta que México no es una realidad aislada del resto de la humanidad como si por caminos diversos buscara y proyectara la fraternidad y la paz. Por eso, nuestra identidad ha de abrirnos a la solidaridad y al servicio hacia todos”.
“Para el cristiano, todo hombre es hermano y la paz es fruto de la justicia. Los retos que compartimos los mexicanos son problemas por resolver en el plano económico, social y político; son también una señal de Dios a su pueblo para no olvidar la edificación de su Reino que es amor, vida, justicia paz, solidaridad… El Espíritu de Dios camina con los pueblos, acompaña sus esfuerzos, mitiga sus sufrimientos dándoles un sentido y fortalece sus propósitos. Que este Espíritu, que inundó a María de Guadalupe y la hizo Madre de Jesús –y muy especialmente Madre de los mexicanos– nos dé a todos la lucidez, el respeto a los demás, la audacia, la energía y la perseverancia necesarias en nuestra tarea de ser independientes.”
Hasta aquí el mensaje. Uno de los criterios para evaluar nuestro avances o retrocesos, es releer lo que se escribía hace algunos años y encuentro este texto, en un año en que la mayoría de los mexicanos aún no habían nacido, un mundo muy distinto al actual, donde no existían móviles y el internet era una palabra conocida por expertos, donde la computadora era un juguete para ricos.
Cuarenta0 años después habría que preguntarnos: ¿hemos mejorado como país? ¿Cómo personas? ¿Somos protagonistas de nuestra historia o como hojas sacudidas por el viento que avanzan según la corriente que les lleve? O la pregunta principal ¿somos más libres?
Tampoco podemos caer en la tentación del pesimismo que puede obstaculizarnos por e los avances que hace algunos años eran impensables. Nadie duda de los adelantos que hemos tenido. Muchos mexicanos han dado sobradas pruebas de resistencia y generosidad (no olvidemos que pocos días después de escrito este mensaje ocurrió el desastroso terremoto, donde sobraron los testimonios de heroicidad y generosidad), donde no se mide por avances económicos o tecnológicos, sino por la calidad de personas que somos.
Hace unos años tuve la oportunidad de estar en Córdoba, Veracruz, y estuve en el salón donde Iturbide y don Juan O’Donoju (ultimo virrey de la Nueva España) firmaron el fin de la guerra en la que nuestro país alcanzó su independencia. Un letrero decía que eso era tan importante como el Grito de Dolores, porque las obras se califican por la forma en que terminan y no como la empezamos… Si aplicamos este criterio, hoy tenemos otras esclavitudes a las cuales nos enfrentamos. Esclavitudes a las cuales estamos tan familiarizados que ni nos hemos dado cuenta, o más bien, que ni queremos darnos cuenta que cargamos… Tenemos miedo de ser libres (por ejemplo ¿cuántos de nosotros renunciaríamos a utilizar el celular durante un mes sin sentirse mal? No me refiero como instrumento de trabajo o de comunicación, sino como distractor). Ser libre no lo marca un calendario, lo marca una conducta apegada a lo mejor del ser humano, donde no tiene cabida la deshumanización. Pero en ello, como siempre, usted tiene la ultima palabra.
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