Según se publicó en los interesantes libros denominados “La ciudad oculta, 500 años de historias, Tomo 1” y “El lado B de la cultura”, escritos por Héctor de Mauleón y Julia Santibáñez, respectivamente, un crimen consistente en un atentado dinamitero a un avión de Mexicana de Aviación, perpetrado en un mes de septiembre, pero de 1952, planeado en los altos del teatro Esperanza Iris, en el entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de Mexico. El primer paso consistió en la inserción de un anuncio en los principales diarios nacionales que decía que se solicitaban personas para trabajo fácil y bien remunerado en un campo de turismo de la ciudad de Oaxaca. En los primeros días de agosto de 1952, siete personas mordieron el anzuelo y fueron a entrevistarse en el hotel Gillow de la Ciudad de México, con un hombre que se presentó como el ingeniero Noriega, quien les dijo que necesitaba gente de confianza y muy dedicada para trabajar en un centro turístico internacional que estaba por abrirse en la ciudad de Oaxaca y que la empresa les daría a cada uno un lugar donde vivir, saliendo los interesados del hotel con la promesa de un sueldo de varios miles de pesos y la posibilidad de iniciar lejos de la capital una vida sana. Se volvieron a reunir una semana después, en una mesa del restaurante Londres, dónde les entregó a cada uno 250 pesos como adelanto y les pidió que se compraran ropa presentable a la altura del campo turístico en el que iban a trabajar y les indicó que el viaje iba a ser en avión.
Días después, Noriega les dijo que era necesario que le firmaran documentos de seguros de viajero y que proporcionaran los nombres de los familiares que serían los beneficiarios en caso de un accidente. Así, el 24 de septiembre de 1952, el propio Noriega se ofreció a registrar el equipaje de los empleados en el mostrador de Mexicana de Aviación y cuando se despidió de ellos, les entregó unas esclavas de plata con las iniciales de cada uno para que guardaran un recuerdo más de la contratación. Cuando la bomba estalló en el compartimiento de equipajes del bimotor DC-3, que aquella mañana despegó rumbo a Oaxaca, el barítono conocido como Paco Sierra, tenía 42 años y todo lo que alguna vez había deseado en la vida. Más que a sus triunfos en Bellas Artes, la Sala de Milán y el Metropolitan Opera House de Nueva York, debía su fama al hecho de haber contraído matrimonio con la legendaria María esperanza Bofill Ferrer, mejor conocida como Esperanza Iris- la reina de la opereta- una cantante y actriz de teatro que en tiempos de don Porfirio Díaz enloqueció de gozo a los amantes de la ópera del teatro principal, según indica el escritor Héctor de Mauleón.
Sierra no aprovechó su dinero porque tenía compulsión por el juego y el alcohol, por le fue más fácil seducir a la reina de la opereta cuando ella tenía 50 años y exprimir su fortuna hasta que no quedara una gota. Así que en 1952 quiso enderezar su suerte y se asoció con Emilio Arellano Schetelige (Noriega), un imaginativo sujeto que tenía en mente fundar una empresa Post Mortem S.A., que estaría destinada a ofrecer servicios funerarios a los trabajadores mexicanos con el visto bueno del entonces líder eterno de los obreros, Fidel Velázquez. Los socios afinaron los detalles: cada patrón estaría obligado a aportar una cuenta de 3 pesos mensuales para que llegado el caso los trabajadores pudieran tener un funeral digno, las aportaciones arrojarían ganancias de un millón de pesos mensuales. Los socios también idearon bajo los humos del alcohol, hacer estallar el avión y cobrar los seguros de vida de los trabajadores, que rodeaban un total de dos millones de pesos. Para mala fortuna de los siniestros socios, el DC-3 en que metieron la bomba, era pilotado por un ex combatiente de la segunda guerra mundial, capitán Carlos Rodríguez Corona-miembro del célebre escuadrón 201- y por otra parte, la bomba de fino mecanismo de relojería que depositaron en una de las maletas no fue tan devastador como ellos lo habían imaginado. A los 20 minutos de iniciado el vuelo, una fuerte explosión sacudió el avión, la escotilla de emergencia voló en pedazos, los cristales de la cabina estallaron y en segundos, los ojos del copiloto quedaron empapados de sangre. El capitán Rodríguez Corona no se arredró y decidió seguir el vuelo con todo y el accidente sufrido, prefirió practicar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Santa Lucia. Los socios cometieron un grave error, pues en realidad el ingeniero Noriega era Emilio Arellano Schetelige, quien compró tontamente los boletos de avión bajo su nombre verdadero, había registrado su dirección de la calle Baja California 11, en la Ciudad de México. Así, Arellano murió en la prisión 10 años más tarde, mientras que Paco Sierra purgó una sentencia de 20 años. ¡increíble! Hasta pronto. Fuente: La Ciudad Oculta, 500 años de historias, Tomo 1, escrito por Héctor de Mauleón. Editorial Planeta y Él lado B de la Cultura, Pinguin Random House, Grupo Editorial.
