En la actualidad hablamos mucho de acoso escolar en sus formas tradicionales: las burlas verbales, los golpes físicos, la exclusión social o el ciberbullying. Sin embargo, existe un fenómeno silencioso que ha pasado desapercibido y que hoy merece ser nombrado: el bullying financiero escolar. Este tipo de violencia ocurre cuando un alumno es rechazado o humillado por no tener los mismos recursos económicos que otros, pero también cuando es obligado a entregar dinero bajo amenaza, llegando incluso a la extorsión y, en los casos más graves, a las agresiones físicas.
Lo que en apariencia inicia como una broma por unos zapatos sencillos o una mochila sin marca, puede transformarse en un mecanismo de presión donde los más vulnerables entregan sus pertenencias para evitar ser lastimados. Esto no solo daña la autoestima, sino que genera miedo, frustración y deseos de abandonar la escuela. Lo más preocupante es que este tipo de acoso no siempre se reconoce de inmediato, y por eso urge visibilizarlo y atenderlo.
El psicólogo educativo José Antonio Luengo afirma: “No podemos hablar de acoso sin hablar de desigualdad; todo acto de presión económica o extorsión entre alumnos es una forma clara de violencia escolar que destruye la confianza y la seguridad en las aulas”. Esta reflexión nos obliga a mirar de frente una realidad incómoda: en nuestras escuelas no basta con prevenir el bullying físico o verbal, también debemos hablar del financiero como un problema serio y urgente.
Aquí es vital hacer una pausa: cuando padres o escuela detectan un caso de bullying financiero, es importante dar una solución inmediata y no mirar hacia otro lado. La indiferencia solo fortalece al acosador y debilita al alumno que sufre. Atender con prontitud, dialogar, sancionar y acompañar son pasos necesarios para cortar de raíz esta conducta. La prevención no basta, se requiere también acción decidida.
La responsabilidad comienza en casa. Los padres de familia tienen la gran tarea de enseñar a sus hijos respeto, empatía y solidaridad. Si desde el hogar se transmite que nadie vale más por lo que tiene, evitaremos que los niños crezcan con la idea equivocada de que el dinero les da poder sobre otros. Y en la escuela, corresponde a docentes y directivos crear espacios de diálogo, denuncia y apoyo, donde los alumnos comprendan que el verdadero valor de una persona está en su integridad, no en su bolsillo.
Queridos lectores, los invito a reflexionar profundamente: ¿qué enseñanzas estamos transmitiendo a nuestros hijos sobre la dignidad y el respeto? Cada palabra, cada gesto y cada ejemplo cuenta. El bullying financiero escolar no debe ser normalizado ni ignorado; reconocerlo es el primer paso para erradicarlo, pero actuar con soluciones concretas es lo que verdaderamente cambia vidas.
Recordemos siempre que educar es formar corazones, no bolsillos. Y que en la medida en que logremos escuelas libres de violencia, estaremos sembrando generaciones más humanas, más solidarias y más felices.
Y tú, querido lector… ¿Qué piensas sobre este tema? ¿Crees que el bullying financiero debe considerarse con la misma seriedad que otras formas de acoso escolar? ¿Has sido testigo de alguna situación parecida?
Los invito a compartir sus opiniones, porque hablar de este problema es el primer paso para encontrar soluciones.
Con cariño a mis lectores,
La Maestra Diana Alejandro