Ese es el adjetivo con el cual se describe al ferviente seguidor de un equipo deportivo en España. Son aquellas personas que dan todo por su equipo, que lo defienden y apoyan con un fervor tal, que esperaríamos para causas más nobles.
Esto pensaba mientras veía las tristes imágenes que se publicaron el fin de semana en El Mañana, donde se exhibía a algunos aficionados peleándose ante el resultado desfavorable de su equipo. Una imagen que se repitió en los estadios de Guadalajara y Puebla, a la que no debemos acostumbrarnos.
Actitudes como estas se repiten en otro tipo de expresiones de convivencia social que, lejos de llevarse con racionalidad, pareciera que la necedad e intolerancia se han vuelto un lenguaje tan cotidiano, donde la arrogancia de quienes tienen una ideología política, donde quienes tienen una preferencia sexual se erigen como jueces de quienes no comulgan con sus ideas, de feministas que, más que diálogo, buscan confrontación, nos muestra ese grado de ser “forofos”, que parecen más partidarios del resentimiento que de la convivencia.
El domingo pasado, el Papa dijo lo siguiente:
“Queridos amigos, el mundo nos acostumbra a intercambiar la paz con la comodidad, el bien con la tranquilidad. Por eso, para que su paz venga entre nosotros, Jesús debe decirnos: ‘Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!’. Quizás nuestros mismos familiares, como preanuncia el Evangelio, e incluso los amigos se dividirán en esto. Y alguno nos aconsejará que no arriesguemos ni nos desgastemos, porque lo importante es estar tranquilos y los demás no merecen ser amados. Jesús, en cambio, se sumergió en nuestra humanidad con valentía.
Somos la Iglesia del Señor, una Iglesia de pobres, todos preciosos, todos partícipes, cada uno portador de una Palabra única de Dios. Cada uno es un don para los demás. Derribemos los muros.
Agradezco a quienes trabajan en cada comunidad cristiana para facilitar el encuentro entre personas distintas por su procedencia, por su situación económica, psicológica, afectiva. Sólo juntos, sólo siendo un único Cuerpo en el que aun el más frágil participa en plena dignidad, seremos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia de Dios. Esto sucede cuando el fuego que Jesús ha venido a traer quema los prejuicios, las cautelas y los miedos que siguen marginando a quienes llevan escrita la pobreza de Cristo en su propia historia. No dejemos al Señor fuera de nuestras iglesias, de nuestras casas y de nuestra vida. Más bien, dejémoslo entrar en los pobres, y entonces haremos paz también con nuestra pobreza, a la que tememos y negamos cuando buscamos a toda costa tranquilidad y seguridad.”
“Cada cabeza es un mundo”, dice un refrán. Mientras muchos de nosotros parecemos más obsesionados en buscar las diferencias para confrontarnos, cuando debería de ser para complementarnos, difícilmente nuestro mundo avanzara, mientras recordemos los errores del pasado para avivar los resentimientos, donde tomar lo bueno y desechar lo malo, debería ser un principio rector. Pero en ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
Padreleonardo.hotmail.com