Llega el receso escolar y, con él, una pausa merecida para estudiantes y docentes que han entregado su energía, creatividad y compromiso durante todo el ciclo. Sin embargo, mientras muchos disfrutan de este descanso, hay personas que continúan trabajando incansablemente para que la escuela siga en pie, viva y lista para el regreso. Me refiero al personal administrativo, de intendencia, apoyo técnico y veladores, quienes no detienen su labor durante las vacaciones.
Estos compañeros y compañeras —tan indispensables como discretos— siguen cumpliendo con sus responsabilidades mientras el bullicio de los alumnos se apaga y los salones quedan en silencio. Son ellos quienes barren los patios bajo el sol, pintan las paredes que nadie ve, desinfectan salones, dan mantenimiento a baños, podan árboles, limpian techos, revisan instalaciones eléctricas, arreglan desperfectos, recogen basura acumulada y mantienen las escuelas limpias, funcionales y en condiciones óptimas.
También están nuestros veladores, que incluso de noche, cuando la ciudad duerme, vigilan con compromiso las puertas de nuestras escuelas, protegiéndolas de riesgos y daños, cuidando con responsabilidad lo que generaciones de estudiantes han construido.
¿Por qué es tan importante hablar de esto?
Porque visibilizar su labor también es educar. En la escuela, no solo enseñamos matemáticas, ciencia o historia. También enseñamos gratitud, respeto y reconocimiento. Y no hay mejor lección que aquella que se vive con el ejemplo. Enseñamos a nuestras niñas, niños y jóvenes a valorar a quienes muchas veces pasan desapercibidos, pero sin los cuales sería imposible regresar a un aula limpia, segura y ordenada.
La comunidad escolar es un engranaje que funciona con precisión cuando todos sus elementos son valorados. Y durante el receso escolar, ese engranaje se sostiene principalmente gracias a ellos: los que se quedan. Aquellos que, sin hacer ruido, sin reflectores ni discursos, mantienen viva la escuela, la renuevan, la mejoran, la cuidan.
Que no nos falten nunca los intendentes que con escoba en mano embellecen nuestros espacios; que no nos falten los trabajadores de mantenimiento que, con herramienta y oficio, arreglan lo que otros desgastaron durante el ciclo; que no nos falten los veladores que, con mirada alerta y corazón fiel, protegen las aulas vacías mientras todos descansan.
Este es un llamado a la gratitud.
A decir “gracias” con hechos: mejores condiciones laborales, respeto al tiempo que entregan, inclusión en los reconocimientos y valoración real de su aportación diaria. Porque la educación también se construye desde la limpieza, la vigilancia, la conservación de los espacios y la presencia constante de quienes siempre están.
Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!
Con cariño a mis lectores,
La Maestra Diana Alejandro