EDUCACIÓN

Que no se repita: enseñemos a nuestros hijos a respetar

Escrito en OPINIÓN el

Hola querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana.
En las escuelas, cada día convivimos con estudiantes que son únicos en su forma de ser, aprender, hablar, vestir y expresarse. Algunos son más extrovertidos, otros más reservados. Algunos aprenden rápido, otros requieren más apoyo. Hay quienes provienen de otras culturas, de distintas familias, y con historias que no siempre conocemos. Esa diversidad es parte de la riqueza de nuestras aulas. Sin embargo, también es uno de los principales motivos por los que algunos alumnos son rechazados, señalados o excluidos.
Y es aquí donde debemos hacer una pausa. No para hablar sólo con los estudiantes, sino para hablar con nosotros, los adultos. Padres, madres, docentes, cuidadores, comunidad. Recordemos por un momento cómo era ser niño o adolescente. ¿Recuerdas lo que se sentía cuando alguien te ponía un apodo hiriente? ¿Cuándo te hicieron burla por tu ropa, tu manera de hablar o tu forma de pensar? ¿Recuerdas cómo dolía sentirte excluido, juzgado, humillado?
Muchos de nosotros aún llevamos esas heridas emocionales. Y justo por eso, hoy que somos adultos, no podemos permitir que eso se repita en nuestros hijos o en sus compañeros. Debemos convertirnos en la generación que rompe con ese ciclo de indiferencia o silencio, y formar una nueva generación de niñas, niños y adolescentes que entiendan lo que es la empatía, la inclusión y el respeto verdadero.
El respeto no se exige, se enseña. Y ese aprendizaje comienza en casa. Es en la sala, en la cocina, en el trayecto a la escuela donde más conversaciones significativas pueden surgir. Conversaciones donde los padres pueden hablar con sus hijos sobre cómo tratar a los demás, cómo no juzgar por las apariencias, cómo reconocer que todos merecen ser tratados con dignidad, incluso si son diferentes.
Porque sí, todos somos diferentes. Y eso está bien.
Diferentes en capacidades, en formas de aprender, en cultura, en carácter, en necesidades. Pero todos iguales en derechos, en valor humano, en importancia.
La escuela puede y debe reforzar estos valores, pero es la familia la que planta las semillas más profundas. Si en casa enseñamos a respetar, la escuela educa en un terreno fértil. Pero si en casa se permite la burla, el juicio, el desprecio hacia el que es distinto, los niños llevarán esas actitudes a las aulas.
Hablemos con nuestros hijos.
Preguntémosles:
– ¿Cómo tratas a tus compañeros?
– ¿Has visto a alguien solo en el recreo?
– ¿Hay alguien que se sienta mal por algo que dijiste o hiciste?
Y escuchemos con atención. Porque muchas veces, ellos sólo necesitan guía. No lo hacen con maldad, sino porque no han entendido aún la fuerza que tienen las palabras y los gestos.
Además de hablarles sobre el respeto, enseñemos a nuestros hijos a incluir, a acercarse al compañero inseguro, a integrar en su equipo al que siempre es excluido, a defender al más callado, a ver con el corazón al que es diferente. Que aprendan a ser puentes, no barreras.
Y en ese camino de formación, nunca olvidemos una verdad que nos conecta a todos:
"Recordemos cómo dolía ser señalados. Hoy, enseñemos a nuestros hijos a ser el compañero que acompaña, no el que hiere. El respeto comienza en casa y se refleja toda la vida."
Cuando fomentamos la inclusión desde casa, los cambios no solo se verán en las aulas, sino en la vida. Porque esos niños empáticos de hoy, se convertirán en adultos respetuosos mañana. En jefes comprensivos, en ciudadanos responsables, en seres humanos más conscientes.
Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¿Qué estamos enseñando con nuestras palabras, con nuestro ejemplo, con nuestro silencio? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!
Con cariño a mis lectores,
La Maestra Diana Alejandro