AULA ABIERTA

La enseñanza con ludoterapia: aprender también puede ser un juego

Escrito en OPINIÓN el

Hola querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana.

Hoy quiero compartir con ustedes una reflexión muy especial. Hablaré como maestra, como directora, como madre, pero sobre todo como alguien que ha vivido de cerca las emociones que nacen dentro de un aula. Me refiero a la importancia del juego en la enseñanza, y más concretamente, al poder transformador de la ludoterapia.

Tal vez algunos no estén familiarizados con el término, pero se los explico con gusto: la ludoterapia es una técnica que utiliza el juego como medio para expresar emociones, resolver conflictos y fomentar el bienestar. Nació con fines terapéuticos, especialmente en la infancia, pero hoy sabemos que su alcance va mucho más allá. El juego puede y debe formar parte de la escuela. No como un premio por portarse bien, sino como un lenguaje valioso para aprender, sanar y crecer.

Como maestra, he aprendido que enseñar no es solo transmitir conocimientos. También es saber escuchar lo que el alumno siente, incluso cuando no lo dice con palabras. Y ahí es donde entra el juego. En la etapa de lactancia, el juego sensorial es la forma en que los bebés empiezan a conocer su mundo. Esas canciones de cuna, esos colores brillantes, esos juegos de repetir sonidos y movimientos… todo eso construye seguridad emocional. Piaget decía que el juego es esencial para el desarrollo de la inteligencia en los primeros años de vida, y tenía razón. Porque el juego no solo divierte, también estructura.

En preescolar, el juego es el idioma de los niños. A través del juego libre o dirigido, los pequeños nos muestran su mundo interior. Virginia Axline afirmaba que “el juego es el lenguaje del niño y los juguetes son sus palabras”, y cada vez que he observado a un niño representar lo que vive en casa, lo que le alegra o le duele, comprendo que el juego también es una forma de pedir ayuda. En este nivel, la ludoterapia nos permite acompañarlos emocionalmente, enseñarles a convivir, a resolver conflictos, y a sentirse escuchados sin necesidad de tantos discursos.

Cuando los alumnos entran a Primaria, las cosas cambian. Las exigencias académicas aumentan, y muchas veces se deja el juego a un lado. Pero no debería ser así. En esta etapa, la ludoterapia ayuda a recuperar la motivación, a mejorar el rendimiento y a fortalecer la autoestima. Vygotsky decía que en el juego el niño se comporta por encima de su nivel habitual, y es cierto: cuando jugamos con propósito, el niño se atreve, participa, se expresa y aprende sin miedo.

En Secundaria, los adolescentes viven una montaña rusa emocional. La búsqueda de identidad, los cambios físicos, la presión social… son muchas cosas al mismo tiempo. Aquí, el juego no desaparece, sólo cambia de forma. Ya no se trata de bloques o muñecos, sino de dinámicas, debates, actividades teatrales, juegos de rol que les permitan canalizar lo que sienten, desarrollar empatía y fortalecer la convivencia. Erik Erikson decía que la adolescencia es la etapa de construir el “yo”, y el juego puede ayudar a que ese proceso sea menos doloroso y más consciente.

Y no podemos olvidarnos de la preparatoria. A veces creemos que como ya están grandes, no necesitan este tipo de herramientas, pero eso no es cierto. Los jóvenes de preparatoria siguen necesitando espacios para hablar, para descubrirse, para expresarse sin juicio. La ludoterapia aquí puede tomar la forma de talleres reflexivos, juegos cooperativos, dinámicas que los ayuden a liberar estrés, a prepararse emocionalmente para los retos del futuro y a sentirse acompañados en un momento de tantas decisiones.

Incluso en la universidad, el juego tiene cabida. Stuart Brown, experto en neuropsicología del juego, decía que el juego no es lo opuesto al trabajo, sino un componente vital de nuestra evolución. En este nivel, las dinámicas lúdicas no son infantiles, sino herramientas para el pensamiento creativo, el liderazgo, la empatía profesional y el bienestar emocional. Porque, aunque seamos adultos, seguimos necesitando espacios para jugar, para conectar y para aprender desde la emoción.

Y mientras más conozco sobre esto, más entiendo que la ludoterapia no es solo para los alumnos: también es para nosotros, los maestros. Cuando enseñamos desde la emoción, cuando jugamos con ellos, cuando nos reímos, cuando actuamos o creamos dinámicas… también nosotros nos reconectamos con nuestra vocación. Enseñar así no solo hace el aula más feliz, nos hace recordar por qué elegimos esta profesión.

Por eso, hoy no solo quiero invitar a mis colegas a utilizar la ludoterapia, sino a todos los que formamos parte de la comunidad educativa: padres, madres, directivos, especialistas. El juego no es una pérdida de tiempo, es una oportunidad de oro para enseñar con el alma y no solo con la mente.

Educar desde el juego no es restar seriedad a la enseñanza, es sumar humanidad al aprendizaje.

Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¿Qué tanto espacio le damos al juego en nuestras aulas y en nuestras casas? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!

Con cariño a mis lectores,

La Maestra Diana Alejandro