Hemos llegado a esa época del año donde las aulas se silencian y los días parecen alargarse con la promesa del descanso. Las vacaciones de verano son, sin duda, una oportunidad para disfrutar del tiempo libre, para convivir en familia y para respirar después de un intenso ciclo escolar. Pero también representan un momento ideal para sembrar en nuestros hijos semillas que florecerán durante toda su vida: la disciplina, la creatividad y la pasión por aprender más allá del aula.
Los cursos de verano han ganado terreno como una opción para mantener a los niños y jóvenes activos, motivados y lejos del ocio excesivo. En ellos encontramos un abanico de posibilidades: deportes, pintura, música, danza, teatro, lectura, cocina, ciencia, manualidades, y mucho más. ¿Pero son realmente útiles? La respuesta, como muchas cosas en la vida, no es absoluta. Tiene ventajas… y también algunos retos.
Entre las ventajas más significativas, destaca que los cursos de verano ofrecen un espacio seguro donde los niños pueden desarrollar habilidades sociales, mejorar su autoestima y descubrir talentos que quizá no conocían. Además, la práctica de un deporte o de una disciplina artística no solo fortalece el cuerpo o la creatividad, también fortalece el carácter. Les enseña a nuestros hijos que hay que esforzarse, perseverar, seguir instrucciones, trabajar en equipo, controlar sus emociones y superar la frustración. Son valores que los forman como futuros adultos responsables, respetuosos y resilientes.
Como desventaja, algunos padres mencionan el costo económico o el cansancio de los hijos. También se señala que si no se elige adecuadamente el curso o el ambiente no es el propicio, el niño podría desmotivarse o incluso sentirse presionado. Por ello, es importante que los cursos de verano no se impongan como una obligación, sino que se presenten como una experiencia divertida, enriquecedora y adaptada a los intereses del menor.
Quiero compartirles algo muy personal. Mientras mi madre estudiaba su maestría y su doctorado, mi hermano Manuel Alejandro y yo participamos durante años en cursos de pintura, declamación, oratoria, literatura, música, baile y teatro. Aquellos veranos fueron más que un pasatiempo: fueron nuestra escuela de vida. Sin saberlo, estábamos entrenando habilidades que hoy, como adultos, se nos facilitan. Mi hermano, por ejemplo, es hoy un maestro destacado, y estoy convencida de que aquellas experiencias artísticas y formativas forjaron gran parte de lo que somos. Desde hablar en público, expresarnos con claridad, organizarnos, tener empatía y ser constantes.
Y hoy, como madre, continúo ese legado. Mi hija formó parte durante varios años de Gimnasia Rítmica en la Escuela Municipal de Nuevo Laredo, una disciplina que ha marcado su vida de manera positiva. Gracias al compromiso, entrega y profesionalismo de sus Maestras y entrenadoras, Aracely Castillo y Angélica Hernández, mi hija no solo aprendió a ejecutar rutinas con gracia y técnica; a través de su guía y apoyo, se formó con valores como la disciplina, la organización y la constancia, y aprendió a trabajar por objetivos desde una edad temprana. Ellas no solo entrenaron a una niña: me ayudaron a formar a una persona con carácter y responsabilidad, algo que siempre estaré a agradecida con ellas y que actualmente siguen formando campeonas en la escuela Municipal de Gimnasia Rítmica.
Y aquí va una invitación desde el corazón para todas las familias: compartan tiempo con sus hijos en las disciplinas que practican, ya sea arte o deporte, acompáñenlos a sus clases, vean sus entrenamientos, pregunten qué sienten y qué aprenden. Esa presencia fortalece la motivación… y también el vínculo entre padres e hijos. Cuando acompañamos, escuchamos y celebramos pequeños logros, estamos construyendo confianza, comunicación y recuerdos que duran toda la vida.
Queridas familias, no subestimemos el poder de estas actividades. Un niño que aprende disciplina desde pequeño será un adulto que sabrá afrontar los retos con responsabilidad. Un joven que descubre el arte o el deporte tendrá una vía para canalizar sus emociones y construir una autoestima firme. Invirtamos en experiencias que dejen huella, en vivencias que les acompañen toda la vida.
Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!
Con cariño a mis lectores,
La Maestra Diana Alejandro