OPINIÓN

¿Cuándo pagará Trump el costo de su miopía?

Los agentes aduanales apoyamos al gobierno de Claudia Sheinbaum

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La agenda proteccionista y agresiva de Donald Trump golpea indistintamente a aliados y a competidores. México, su mayor socio comercial y pieza clave en las cadenas de suministro norteamericanas, no es la excepción y sigue intentando asfixiar la relación sin importarle la competitividad de la región de Norteamérica.

A pesar de las relaciones económicas profundas y los esfuerzos diplomáticos recientes, incluyendo una delegación enviada por la presidenta Claudia Sheinbaum, Trump ha incluido a nuestro país en su ofensiva comercial. El anuncio de un arancel del 30% para productos mexicanos, sin distinguir entre lo que cumple o no con el T-MEC, representa no solo una ruptura del acuerdo comercial, sino una amenaza directa a la estabilidad económica regional.

Trump acusa a México de no hacer lo suficiente para frenar la migración y el tráfico de fentanilo, pero ese no es argumento para penalizar a una economía que ha sido fundamental para el crecimiento manufacturero de Estados Unidos. De hecho, el comercio bilateral entre ambos países supera los 860 mil millones de dólares anuales, con un superávit de servicios a favor de Estados Unidos. ¿Por qué castigar al aliado que más ha contribuido a contener los problemas que a Trump tanto le preocupan?

Más allá de lo político, hay consecuencias reales. México es el décimo productor mundial de cobre, uno de los productos que recibirá un arancel del 50%. Además, sectores clave como el automotriz, agrícola y de dispositivos médicos, todos integrados verticalmente con empresas estadounidenses, verán afectadas sus exportaciones. Lo más grave: la incertidumbre se instala de nuevo en las decisiones de inversión y producción.

Trump juega ajedrez comercial sin reglas, imponiendo cartas unilaterales con amenazas de más tarifas si los países no acceden a sus demandas. Esto ha puesto en jaque a naciones como Corea del Sur, Tailandia, Sudáfrica, Japón, y ahora a México. Los líderes europeos, por su parte, han advertido que responderán con medidas espejo si se concretan los aranceles, en lo que podría ser el inicio de una nueva guerra comercial transatlántica.

Frente a esto, cabe preguntarse: ¿tendrá México que estar constantemente en modo de reacción? ¿Jugando a adivinar los caprichos de Washington cada tres meses? ¿Son sostenibles las relaciones comerciales cuando se ignora un tratado como el T-MEC?

La respuesta no es sencilla, pero es evidente que el país debe acelerar su diversificación comercial. La Alianza del Pacífico, el tratado con la Unión Europea y la creciente integración con Asia son rutas que deben intensificarse. No por revancha, sino por resiliencia. Porque ningún país puede depender de un socio que cada mes amenaza con dinamitar los acuerdos firmados.

En este contexto, los agentes aduanales tenemos un papel relevante. Nuestro deber es apoyar al gobierno mexicano promoviendo una logística más eficiente, transparente y resiliente hacia otros mercados. Fortalecer el cumplimiento normativo, colaborar con la ANAM en la digitalización de procesos y articular estrategias de contingencia ante escenarios arancelarios es una forma de blindar nuestras cadenas de suministro. Los agentes aduanales no solo somos facilitadores del comercio: somos guardianes del orden y aliados del Estado mexicano frente al caos que algunos líderes políticos promueven.

Por su parte, los importadores estadounidenses también están preocupados. La American Apparel & Footwear Association (Asociación Estadounidense de Ropa y Calzado) ya advirtió que estos aranceles recaerán sobre los consumidores. Firmas como Walmart o General Motors han expresado su rechazo a políticas que encarecen sus cadenas productivas. La verdad es que ni las empresas ni los ciudadanos estadounidenses saldrán beneficiados de esta estrategia. Pero Trump no habla con cifras, sino con consignas.

Aún falta para el 1 de agosto, todavía hay posibilidad de diálogo. Pero México debe prepararse para el peor escenario: uno donde la confianza mutua se quiebre, y donde el vecino del norte prefiera una guerra arancelaria a una alianza estratégica.

Porque un país que no valora a su principal socio comercial, tarde o temprano, tendrá que pagar el costo de esa miopía. México, en vez de esperar pasivamente, debe jugar a la ofensiva.