En Laredo, Texas, los usuarios de transporte público podrán estrenar decenas de camiones flamantes, con aire acondicionado y oliendo a carro nuevo. Brillan. Dan ganas de subirse solo para sentir que uno vive en el primer mundo.
Desde este lado del río, miramos con una mezcla de aplauso ajeno y envidia propia. Envidia de la buena, si es que hay envidias que no duelan.
Aquí en Nuevo Laredo, la historia es otra. Más bien parece una tragicomedia de motor quemado. Nuestro transporte público está compuesto por lo que algún día fueron camiones y que hoy son, a duras penas, metáforas del abandono. Y no exagero: hay unidades que deberían ser patrimonio industrial del olvido.
¿Se atrevería un regidor—solo uno, no pedimos milagros—, a elegir una colonia y hacer el experimento de trasladarse en transporte público? Ir y regresar, sin chofer oficial, sin camioneta de lujo, sin aire acondicionado que le susurre mentiras de eficiencia. ¿Cómo creen ustedes, estimados lectores, que le iría?
Lo dicen los empresarios, que ya no saben cómo pedir auxilio sin parecer groseros. Sus trabajadores no tienen rutas que funcionen. No hay horarios confiables. No hay continuidad. No hay ciudad que se sostenga sin un sistema de movilidad digno, y la nuestra ya cojea de ambos pies.
Los usuarios cuentan que algunas rutas, como las que van a los kilómetros, pueden tardar dos horas en aparecer. Dos horas. Eso en términos de geografía, ya es llegar a Monterrey. Una ruta que debería tomar 20 minutos se convierte en un viaje espiritual de paciencia extrema y un acto de fe, esperando que por milagro aparezca la chatarra en el horizonte.
Y como si fuera poco, a las 8:00 de la noche—cuando el sol apenas empieza a bostezar—el servicio se esfuma. Como los políticos después de las elecciones: desaparecen sin decir adiós.
Y ni hablemos del parque Viveros, que ya no tiene camiones que lo conecten con el centro. O de esa ruta poniente-sur que, al parecer, fue víctima de una limpia administrativa: nadie sabe, nadie supo.
Queremos una ciudad que camine, pero sin transporte público solo nos queda arrastrarnos. La movilidad no es un lujo, es una política social imperativa. Un derecho en movimiento.
Mientras los primos de Laredo avanzan con sus camiones nuevos, Nuevo Laredo se queda en la banqueta, esperando uno que no llega.
¿Ustedes qué opinan?