Esta semana revivió con fuerza toda la temática en torno a la idea de Trump de negar la ciudadanía estadounidense a quienes nacen en territorio norteamericano, pero de padres en situación migratoria irregular.
Seguramente todos conocemos a personas de padres mexicanos -o de alguna otra nacionalidad- que han tenido desde el primer minuto una vida como estadounidenses y que han contribuido al país de muchas formas, ya sea en el servicio militar, ocupando puestos policiales, de rescate, incluso diplomáticos, o simplemente siendo un ciudadano ejemplar en su trabajo o como emprendedor, son tantas historias de éxito, que no tiene sentido privar a un país de todo esto.
Esta medida ha incomodado a muchos que si bien ya son nacidos en territorio norteamericano, tienen que llegaron a Estados Unidos como migrantes, incluyendo a aquellos que votaron por Trump para esta presidencia, y que señalan que esta política no es lo que esperaban de su nueva administración; sin embargo, no debería ser ninguna sorpresa porque nunca ocultó sus intenciones y su discurso siempre fue por ese rumbo; tal vez eligieron entender lo que más les convenía.
Desde el principio la retórica iba encaminada a considerar el segmento migrante en general como criminal, y si bien fue ajustando el discurso para justificar que las primeras deportaciones se enfocarían a quienes tuvieran antecedentes penales, la realidad que vimos en Laredo esta semana no era el arresto de ladrones ni asesinos indocumentados, sino de trabajadores de la construcción que una mañana al ir a trabajar, terminaron esposados y completamente rodeados de vehículos y elementos del ICE, como si fueran a combatir a los más peligrosos.