AULA ABIERTA

La presión de siempre sacar 10

Escrito en OPINIÓN el

Hola querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana.

Hoy quiero que platiquemos de algo que pocas veces se dice en voz alta. No se trata de los alumnos que batallan para pasar, sino de los que siempre parecen “ir bien”. Esos chicos y chicas que sacan puro diez, que entregan todo a tiempo, que participan, que nunca fallan… pero que en el fondo, están agotados.

Y lo sé, porque los he visto. Están en todos los salones. A veces sonríen cuando reciben una felicitación, pero por dentro sienten que deben sostener esa imagen todo el tiempo. Se frustran si bajan una décima. Se presionan solos. Se comparan. Y lo peor… sienten que si no sacan el mejor promedio, están fallando como personas.

He tenido alumnos que se han enfermado del estómago antes de un examen. Que lloran por un nueve. Que vuelven a rehacer un trabajo “porque no se veía perfecto”. Que sienten que no tienen permiso de equivocarse. ¿Y saben qué es lo más fuerte? Que a veces nadie se da cuenta, porque como “todo va bien”, nadie pregunta cómo están.

Recuerdo una frase que me dijo una alumna hace poco:

“Profe, siento que si bajo a 9 ya no voy a ser especial.”

Y ese comentario me hizo un nudo en la garganta. ¿Qué estamos haciendo como sociedad para que los niños crean que su valor depende de una calificación?

La psicóloga María Jesús Álava Reyes señala que: “Los niños y adolescentes hiperexigentes no disfrutan sus logros, porque la presión interna les impide sentirse satisfechos.” Y cuánta razón tiene. Porque esa necesidad de perfección puede convertirse en una carga tan grande, que termina apagando la alegría por aprender.

Y les confieso algo…

Yo fui una de esas alumnas.

Sí, yo también fui la niña de los dieces. La que se desvelaba estudiando más de lo que le pedían. La que entregaba tareas impecables, con letra cuidada y colores exactos. La que lloraba al ver un 9. La que sentía que debía esforzarse el doble para “valer”. Siempre buscaba la excelencia, no porque alguien me la exigiera todo el tiempo, sino porque creí que tenía que hacerlo para ser aceptada, para ser vista, para ser suficiente.

Fui esa alumna que no se permitía fallar. Que se frustraba en silencio cuando algo no salía bien. Que se obligaba a seguir adelante aun con cansancio, aun sin dormir. Y aunque esos logros me abrieron puertas, también me enseñaron lo duro que puede ser cargar con la presión de “ser la mejor”.

Y hoy, años después, sigo siendo esa mujer que se esfuerza, que busca hacerlo bien, que no se conforma. Con dos licenciaturas, una maestría y un doctorado, confieso que aún cargo con esa voz interna que me dice: “tienes que dar más.” La diferencia es que ahora, he aprendido a ponerle límites, a cuidar mi salud, a abrazar mis logros y a recordarme que no necesito demostrarle nada a nadie.

A los alumnos perfeccionistas:

No estás solo. No tienes que demostrar tu valor en cada examen. Puedes descansar. Puedes equivocarte. Y también mereces un abrazo, aunque hoy hayas sacado un nueve.

A los papás:

Abracen también a sus hijos cuando no logren ese diez. Díganles que los aman igual, porque no nacieron para ser perfectos, sino felices. Ayúdenles a soltar esa idea de que tienen que cargar con todo. A veces, sin darnos cuenta, les exigimos más de lo que pueden dar.

A los maestros:

Veamos también al que siempre cumple. Al que nunca se queja. Al que nunca falta. Porque muchas veces, son los que más lo necesitan y menos lo expresan. Recordémosles que no tienen que ser impecables, solo humanos.

Hagamos de nuestras aulas y hogares espacios donde la excelencia no sea una obligación, sino una elección acompañada de amor, descanso y libertad para ser imperfectos.

“Que nunca se nos olvide: los alumnos no vienen a la escuela a ser perfectos, vienen a aprender… y eso también incluye aprender a fallar, a soltar y a vivir con amor propio.”

Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Quién cuida al que siempre “está bien”? ¿Quién acompaña al que no se permite fallar? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!

Con cariño a mis lectores,

La Maestra Diana Alejandro