Uno de los medios de comunicación más trascendentales de la Historia, es sin duda el del correo postal, servicio de inestimable utilidad.
¿Cómo saber lo que ocurría en un lugar lejano, cómo se hacía llegar la notificación de un suceso a otra parte, cómo se establecía un vínculo a distancia, si no ha sido por la emisión y recepción de las cartas?
En la antigüedad, los egipcios entregaban sus tablillas y papiros a emisarios que cumplían la transferencia a pie. Los griegos entrenaron a corredores para conseguir resultados más eficientes, creando el sistema de relevos. Los romanos utilizaron carruajes tirados por caballos (redae), aunque había otro servicio más lento (birolae), tirado por bueyes.
Conforme se fue ampliando el servicio, los mensajeros comenzaron a tomar un descanso en el camino para tomar alimentos. A esta parada se le llamaba posata o pausata, de la que se derivó la palabra postal. En los inicios, la asistencia estaba reservada a los magistrados y nobles, pero después fue de uso común para los ciudadanos.
Para el siglo XVIII ya estaba establecido todo un método con carteros oficiales, el uso del matasellos y otras formas de organización que posteriormente fueron necesarias cuando ya se podía aprovechar el beneficio que brindaban los barcos, luego los ferrocarriles y los aviones, para acercar prestaciones de continente a continente.
Curiosidades
En Inglaterra, la Guía Postal Británica permitía el envío de cualquier objeto cuyo tamaño oscilara entre una abeja y un elefante. Así, en 1883, la empresa Roya Mail comenzó a realizar entregas muy variadas. Y ocurrió que, dada aquella amplitud de criterios, “en 1909, dos sufragistas usaron el servicio de paquetería postal para enviarse a sí mismas al número 10 de Downing Street y poder entregarse personalmente al primer ministro con sus reivindicaciones a la mano. Es más, ambas fueron devueltas porque un funcionario de la residencia del político, en homenaje a la sensatez humana, se negó a firmar el albarán de entrega” (http/el mercantil.com).
Con el mismo atrevimiento, un excéntrico muchacho de 19 años, W. Reginald Bray, estuvo observando la eficiencia del servicio postal. Para experimentar comenzó a hacer envíos de objetos sin empacar, como la calavera de un conejo con la dirección escrita en el hueso nasal y los sellos pegados en la parte de atrás, cuellos de camisa, cebollas con la dirección y el mensaje en la capa exterior, y finalmente a su propio perro, llamado Bob.
Con la certeza de una exitosa encomienda, se envió a sí mismo con todo y bicicleta por correo certificado a su casa, y su papá firmó de recibido. Esto ocurrió en 1903, quedando registrado como el primer ser humano enviado por correo. Y en 1932, haciendo alarde publicitario, se envió por última vez, ahora acompañado de dos carteros y un fotógrafo, para dejar constancia.
Reginald Bray fue un consumado coleccionista de autógrafos, timbres y sellos postales, objetos raros, hasta lograr reunir 30 mil piezas. Falleció en 1939, y en 1950 su hija vendió todo a un solo comprador, quien posteriormente subastó la colección en forma diseminada.
Se sabe que en la actualidad, en el imperio británico existe una red de personajes excéntricos, llamados entre sí mismos “artistas del correo”. Ellos acostumbran remitirse las cosas más inusitadas, los materiales más extravagantes, mediante el servicio del correo postal.
En la próxima entrega, continuaremos con las curiosidades y datos históricos que ha brindado el servicio postal en el mundo (aquí entre nosotros, en mi noviazgo con quien hoy es mi esposo, el correo tuvo primordial importancia. Un día reconocimos que si lo que gastamos en timbres durante esos años lo hubiéramos ahorrado, nos hubiéramos casado mucho antes).