Probablemente, el ex presidente uruguayo que falleció la semana pasada, era una de las figuras más respetadas en el continente americano, aunque de filiación socialista, muchos que no comulgaban con sus ideas le admiraban, no por su ideología, sino por algo mucho más valioso que ello. La coherencia.
Aunque es censurable que haya apoyado a políticos impresentables de otros países y su apoyo al aborto, eso no resta méritos a su forma de vida, que fue más convincente que su discurso, donde la austeridad fue su característica en su vida. Su filosofía puede encajar con la filosofía estoica, cuyos rasgos podemos encontrar en su discurso y en su vida.
Un periódico de difusión nacional, escribía sobre él lo siguiente:
“Para muchos, Mujica fue una excepción en la política latinoamericana. Rechazó los privilegios y lideró un gobierno con alto sentido social.
Pero su mayor legado no está en las reformas que impulsó, sino en el modo en que entendía el poder y la vida. Vivía como pensaba.
En un entorno donde la incoherencia abunda, eso fue un acto político en sí mismo.
Entre sus enseñanzas más valiosas están:
Que el poder es para servir, no para enriquecerse.
Que la libertad no se mide en dinero, sino en tiempo para hacer lo que amamos.
Que la felicidad está en las cosas simples.
Que la coherencia personal es más revolucionaria que mil discursos.
Una vez, que entrevistaron a Gandhi sobre su carrera política, el afirmaba que no era un santo que quería ser político, sino un político que quería ser santo. Para él, su fe no era un obstáculo en su carrera política –como tristemente algunos políticos lo han hecho-, sino una motivación especial para dar lo mejor de sí mismo.
En su primera audiencia, el Papa León XIV hace las siguientes observaciones:
“Jesús proclamó: ‘Felices los que trabajan por la paz’. Se trata de una bienaventuranza que nos desafía a todos y que nos toca de cerca, llamando a cada uno a comprometerse en la realización de un tipo de comunicación diferente, que no busca el consenso a cualquier coste, no se reviste de palabras agresivas, no asume el modelo de la competición, no separa nunca la investigación de la verdad del amor con el que humildemente debemos buscarla. La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir ‘no’ a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra.
Vivimos tiempos difíciles de atravesar y describir, que representan un desafío para todos nosotros, de los que no debemos escapar. Por el contrario, nos piden a cada uno que, en nuestras distintas responsabilidades y servicios, no cedamos nunca a la mediocridad. La Iglesia debe aceptar el desafío del tiempo y, del mismo modo, no pueden existir una comunicación y un periodismo fuera del tiempo y de la historia. Como nos recuerda san Agustín, que decía: ‘Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros’.
“Desarmemos la comunicación de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estridente, de fuerza, sino más bien una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra. Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana”.
Y nosotros, ¿buscamos la coherencia como una filosofía de la vida, o nos hemos quedado con el discurso? En ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
Padreleonardo.hotmail