AULA ABIERTA

Educación saludable: sembrando conciencia, no prohibiciones

Hola querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana.

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Escrito en OPINIÓN el

Hoy quiero invitarles a reflexionar conmigo sobre algo que va más allá de lo que entra en la mochila de nuestros hijos cada mañana. ¿Alguna vez se han detenido a pensar en todo lo que significa una lonchera? No es solo comida. Es el reflejo de lo que somos como sociedad, de lo que sabemos —o no sabemos— sobre salud, de nuestras costumbres, nuestras posibilidades económicas, nuestras prisas diarias y, sobre todo, de cuánto cuidamos el bienestar de nuestros niños.

En estos días, se nos ha dado una nueva indicación desde la Secretaría de Educación para fomentar una alimentación saludable en las escuelas, algo que en papel suena excelente… pero que, en la realidad cotidiana de nuestras aulas, familias y comunidades, es mucho más complejo de implementar.

Como maestra y directora, no puedo quedarme callada ante un cambio que, si bien tiene una intención noble, necesita mucho más que normas: necesita corazón, empatía, información y acompañamiento. Porque no basta con decirles a los niños lo que no deben comer… hay que enseñarles, mostrarles, motivarlos, y, sobre todo, incluir a quienes están detrás de ellos: sus familias y sus maestros.

No basta con prohibir los alimentos “chatarra” o exigir cambios inmediatos en los hábitos escolares. El verdadero cambio comienza por la conciencia, y esta debe generarse primero desde la información y la empatía. No podemos simplemente retirar, desechar o prohibir la comida que los niños traen a la escuela, especialmente cuando muchas veces eso es lo único que sus padres pueden ofrecerles. Recordemos que detrás de cada lonchera hay una historia, una economía familiar y, muchas veces, un desconocimiento sobre lo que significa realmente comer bien.

Educar en alimentación saludable debe ser un proceso gradual, integral y compartido. No podemos delegar toda la responsabilidad a las escuelas. Como lo señala el artículo 3° Constitucional, la educación debe ser integral, considerando no solo los aspectos cognitivos, sino también los físicos y emocionales. ¿De qué sirve cuidar lo que comen en la escuela si en casa continúan los malos hábitos alimenticios? ¿Qué resultados positivos podemos esperar si las familias no son incluidas, escuchadas y capacitadas?

Además, los docentes también necesitamos formación en este tema. No podemos enseñar lo que no sabemos. Como bien lo indica el especialista en educación Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” Necesitamos preparar a los maestros para que, desde la empatía y la comprensión, acompañen a los alumnos en este proceso de cambio. Un maestro capacitado puede hacer una gran diferencia, no desde la imposición, sino desde el ejemplo.

Por otro lado, pensemos en los alumnos. ¿Alguien les explicó por qué de pronto ya no pueden traer su galleta, su juguito o sus papitas? ¿Alguien les compartió los beneficios de una alimentación balanceada? Como señala la UNESCO, “educar para la salud implica generar conciencia crítica y habilidades para tomar decisiones responsables”. No podemos esperar buenos resultados si no sembramos la semilla del “por qué” en sus corazones.

No se trata de ver los alimentos procesados como algo prohibido o malo ni de imponer normas sin contexto. Se trata de construir una cultura de salud alimentaria desde la familia, la escuela y la comunidad. Una lonchera saludable no se llena con prisa ni por decreto; se construye desde el conocimiento, la economía familiar, la disponibilidad de productos y, sobre todo, desde el amor y el cuidado hacia nuestros hijos.

Queremos una educación saludable, sí, pero también queremos que sea justa, empática y posible. Que abrace a todos los sectores, que no excluya a los más vulnerables y que forme seres humanos conscientes de su bienestar.

La salud no solo se enseña, se vive, se modela, se contagia. El reto no es pequeño, pero vale la pena. Porque un niño sano no solo aprende mejor, también juega mejor, sueña más grande y crece con más oportunidades.

Así que, como comunidad educativa, no debemos ver esta indicación como una imposición, sino como una invitación a reflexionar y actuar con conciencia. Que cada lonchera se convierta en un acto de amor, y cada bocado en una semilla de salud.

Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¿Estamos listos para caminar juntos hacia una educación más saludable? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones!

Con cariño a mis lectores,

La Maestra Diana Alejandro

?? Correo: diana.alejandroaleman@gmail.com

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