Sería ideal que los 23 de abril de cada año en todas las ciudades amanecierancon libros esparcidos en plazas, parques, jardines, al alcance del transeúnte. Aunque sea una vez, por ser la fecha conmemorativa.
Para beneplácito nuestro, en algunos municipiosde Tamaulipas existe el programa mensual de dejar libros en las bancas o bajo los árboles de las plazas, para que el ciudadano los lea y los lleve si quiere, o deje algún otro, a cambio. También hay sitios asignados por las autoridades culturales para realizar trueque de libros, así como para donar un tomo y recibir a cambio una taza de café (únicamente no se aceptan los libros de texto o totalmente dañados).
Recuerdo aquellos memorables Encuentros de Ochil, en las décadas de los sesenta y setenta en Mérida, en la que fuese finca de don Antonio Mediz Bolio, con motivo de su aniversario luctuoso. A la sombra de su ceiba se realizaba anualmente el homenaje al poeta, entre discursos, poesías y canciones.
Durante varios años tuve el privilegio de organizar, en representación de la Dirección General de Bibliotecas y Archivo del Estado, la Cosecha de Libros. Con anticipación se invitaba a los escritores que hubiesen publicado ese año, y a las personas que pretendieran contribuir, a sembrar simbólicamente un libro al pie del frondoso árbol, hasta formar un montículo. Terminada la celebración, me concernía “cosechar” el acervo y después de una clasificación, distribuirlo a las bibliotecas públicas correspondientes.
Una relación estrecha con los libros desde la infancia, gracias a mi padre y a mi tío Ricardo Bello Cetina, permitió que mi desempeño como bibliotecaria fuese de felicidad completa, pues nunca percibí como trabajo estar rodeada de tomos viejos y polvorientos, en aquel tiempo en que el personal de Bibliotecas carecía por completo de auxiliares como guantes, cubrebocas, ni tecnología para desinfección y limpieza. De ahí las alergias crónicas de muchos empleados.
Leyendo el fabuloso libro de Ricardo Tatto, Bestiario del Bibliófilo, reviví emociones conocidas en cada una de sus páginas, identificando los personajes clasificados. Un agasajo total ese breve, original y trascendente volumen. Me hizo recordar una de las enseñanzas de mi director, don Clemente López Trujillo, el más grande bibliófilo y bibliómano de Yucatán.
La rústica manera de curar las hojas de un libro era sacarlo abierto al sol y colocar alguna piedra mediana en las esquinas superiores, derecha e izquierda, para asegurarlas del aire. Pasadas dos horas, se movía la piedra a la parte inferior, y dos horas después, se cambiaba de página. Si el volumen era muy antiguo, se asoleaba más tiempo del indicado. Había que estar alerta por si algún nubarrón amenazaba con incipiente llovizna.
Lo cierto es que el amor a los libros, la dependencia de ellos, la glotonería por acumularlos, va transformándose conforme avanza el tiempo y se cuestiona qué será de ellos cuando uno falte. Una de las respuestas, acaso, sea el privilegio de decidir su destino, y uno de ellos, el más seguro probablemente, sea la donación a una institución respetable como una Universidad o una biblioteca pública.
En tanto llega el momento, hemos de seguir disfrutando las más gratas horas de la vida, las de la lectura. Por cierto, aprovecho acusar recibo de un libro que la artista plástica Betty Laura Cantú, me hizo el honor de obsequiar: “Fronteras e Identidad”, antología del diplomado en Poesía, Nuevo Laredo 2023.
Este tomo, coordinado por la tallerista Marisol Vera Guerra, contiene un acertado prólogo de la POETA con mayúsculas, Martha Martínez, y trabajos de Linda González. Anahí Guzmán, Martha Martínez, Enrique Chávez Ruiz, Neftalí González, Rosa María Ceballos de Llano, Diana Victoria Osornio García, Pati Garza de González, Héctor Rodríguez Zamora, Airaly Aguilar Guajardo, Reina Chávez, Ifis, Mundana Mente, Elvira Cruz Osorio, Daniel Lugo, Marishola, Jesús Martínez Zúñiga y Jorge Garza Rodríguez.
La portada, Atardeceres compartidos, es una ilustración mixta de acrílico y óleo, que expone una visión cotidiana doble: lo que ocurre sobre el puente y bajo el puente que une los dos Laredos. La autoría corresponde a Betty Laura Cantú.