Hoy quiero pedirle a usted que me está leyendo, recordar que si bien hoy es un día de celebración y convivencia, debe hacerlo con cuidado, pues no resucitamos al tercer día.
Casi cada año hemos tenido un episodio trágico, usualmente relacionado con el consumo del alcohol, pues usualmente el festejo comienza relativamente temprano y durante todo el proceso de poner el carbón, asar la carne y en general durante toda la convivencia, pues claro se antoja la cervecita, y es muy entendible, sólo tenemos que estar conscientes de la responsabilidad que esto implica.
Luego de todo un día de “pistear”, muchos conducen de regreso desde los ranchos o parques hasta sus hogares, pero en el volante tiene no sólo su vida, sino la de seres queridos; se lo decimos porque hace algunos años varios miembros de una familia fallecieron en una volcadura, precisamente en esas circunstancias descritas en las líneas anteriores.
Claro, del alcohol también surgen otros incidentes, como las clásicas peleas que ocurren en las convivencias, luego de que algunos se sientan inspirados a ofender y violentar, además de ponerse particularmente sensibles a las palabras de otros, derivando en esos conflictos.
La “valentía” que da el alcohol también inspira a algunos a meterse al río o incluso a una alberca, con una enorme confianza, a pesar de que no esté precisamente en sus cinco sentidos ni en la mejor de las condiciones, o con la pericia suficiente, y esto también ha traído algunas tragedias.
Así es, esa confianza y el empujón que nos puede dar el alcohol a emprender todo lo que no es viable, se convierte en un elemento clave para la tragedia de una festividad, pero este puede ser uno de esos años con saldo blanco, en el que simplemente todos regresemos a nuestras actividades en los días siguientes, contentos, luego de haber pasado un buen rato con la familia y amigos. Y recuerde que, a diferencia de Cristo, usted y yo no resucitamos al tercer día.