Hoy quiero sentarme a platicar contigo, como cada semana. Pero esta vez, quiero hacerlo desde un lugar muy especial del corazón: la infancia.
¿Te acuerdas de cuando éramos niños y llegaban las vacaciones? Qué tiempos aquellos, ¿verdad? No necesitábamos grandes planes ni viajes costosos. La emoción estaba en lo más sencillo: ir a casa de los abuelos, jugar en la calle hasta que oscurecía, compartir una nieve, o ayudar a hacer tortillas en la cocina mientras escuchábamos historias que ahora viven solo en la memoria. Recuerdo que una de mis mayores alegrías era empacar mi mochila con una muda de ropa para ir a dormir a casa de mi abuelita. No era un hotel cinco estrellas, pero tenía algo que ningún otro lugar tiene: amor, presencia y atención. Nos sentíamos importantes solo por estar ahí. Y eso, no se olvida.
Hoy quiero invitarte a pensar en lo mismo, pero desde el otro lado. Ya no somos los niños que esperan el abrazo… somos los adultos que lo dan. Y nuestros hijos —sí, esos pequeños que crecen más rápido de lo que quisiéramos— necesitan lo mismo que tú y yo necesitábamos cuando teníamos su edad: sentir que hay alguien que está, que escucha, que los mira de verdad. En estos días de vacaciones, tenemos una oportunidad invaluable. No se trata de planear la gran salida o de gastar mucho dinero. Al contrario. Se trata de regalar lo que más escasea en estos tiempos: tiempo de calidad.
Tiempo sin pantallas de por medio. Tiempo sin interrupciones. Tiempo sin el “al rato” o el “tengo prisa”.
Porque los hijos no recordarán qué regalo costoso les diste un día, pero sí recordarán el día que te sentaste con ellos en el piso a jugar, o cuando les hiciste reír con tus historias, o cuando se sintieron escuchados sin que los corrigieras.
Una frase que me encanta dice: “Los niños no necesitan padres perfectos, necesitan padres presentes”. Y lo mismo aplica para los abuelos, para los tíos, para cualquier adulto que acompaña su camino. Estar presentes es mucho más que estar físicamente. Es mirar a los ojos, hacer preguntas sinceras, abrazar con intención. Es permitir que nuestros hijos y adolescentes sientan que su vida es importante para nosotros, no solo cuando se portan bien, sino siempre.
Y ¿sabes qué? También tú mereces disfrutar esta semana. Sí, tú. Que trabajas sin descanso, que corres de un lado a otro cumpliendo con todo.
Estas vacaciones también pueden ser una pausa para ti. Para descansar, para reconectar contigo, para darte permiso de simplemente ser. “Cuidarnos también es amar: el descanso nos devuelve la energía para acompañar con amor”.
Así como nuestros hijos necesitan nuestra atención, nosotros también necesitamos recargar el corazón. Sentarnos en silencio, tomar un café sin prisa, dormir un poco más, dejar de lado la culpa. Cuando tú estás bien, tu presencia se vuelve aún más significativa.
Queridos lectores, los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué tan presente estás en la vida de tus hijos o nietos? ¿Cuándo fue la última vez que jugaste, escuchaste o simplemente estuviste con ellos, sin otra cosa en mente?
Estas vacaciones pueden ser mucho más que días libres. Pueden ser el puente para reconectar, para sanar, para mirar con otros ojos, para fortalecer los lazos familiares que tantas veces dejamos en pausa.
Haz de esta semana un recuerdo bonito, uno que tus hijos quieran contar el día de mañana cuando les toque ser papás o mamás. Regala tiempo, regala amor, regala tu presencia.
Deseo de todo corazón que estas Pascuas estén llenas de momentos simples pero memorables. Que el amor, la unión y la paz reinen en sus hogares y en sus corazones.
¡Felices Pascuas, querida familia lectora!
Gracias por leerme como cada semana. ¿Qué opinan? ¡Me encantaría escuchar sus opiniones! Con cariño a mis lectores, La Maestra Diana Alejandro