Esta semana, como casi todas desde que Donald Trump asumió la presidencia del país de las barras y las estrellas, fue de altibajos, con un toque imprescindible de incertidumbre, que en suma, nos ha hecho perder la capacidad de asombro.
Lo que antes parecía inaudito para un presidente estadounidense, hoy puede ser un día cualquiera con Trump, en el que una ocurrencia sin precedentes se puede convertir en una nueva medida, aunque sea temporal, pero con la capacidad de afectar tanto a extranjeros como a sus propios representados.
El tema de los aranceles fue el perfecto ejemplo de esto y, junto con las medidas anteriores, nos hace preguntarnos si en realidad sabe lo que está haciendo y todo es parte de un juego en el que blofear es una jugada frecuente, o si todo esto es simplemente una constante improvisación que alguien más debe reparar.
Tal y como la ocasión anterior, la frontera está muy pendiente de todas y cada una de las posibles medidas y sus potenciales efectos colaterales, con frecuencia poco alentadores, aunque hasta ahora no han tenido un desenlace catastrófico; pero muchos se preguntan si las cosas pueden seguir a este ritmo por cuatro años, pues es cansado para todos.