La obra Crimen y Castigo fue escrita en 1866 por el ruso Fedor M. Dostoievski, novela con la que culmina el ciclo de osadía y arrepentimiento de un hombre quien después de haber cometido un crimen y asumir el castigo hasta sus últimas consecuencias, sufrió la culpa, humillación y dolor de su actos. Así, su personaje Raskolnikof, acongojado por el crimen cometido en la persona de Catalina Ivanovna, sentía como si una neblina continua le rodeara y confundiera, aunado a la desesperación que le provocaba el hecho de que el cadáver que dejó tendido en una habitación, entrara en descomposición y fuera descubierto por su fétido olor, comenzando para este personaje un proceso de progresiva regeneración y arrepentimiento.
En la época reciente del mundo real y político mexicano, varios crímenes y asesinatos se han cometido contra diversas personalidades importantes que cambiaron el rumbo de la historia de nuestro país; sin embargo, el castigo a sus perpetradores intelectuales no se ha dado en la mayoría de los casos, ni mucho menos el arrepentimiento de sus autores por los daños infligidos a las víctimas, sus familiares y a todos los mexicanos.
Luis Donaldo Colosio pasó a ser hace unos años, nuevo huésped de un memorial que duele, que arde, que avergüenza a todos los mexicanos y que como en muchos otros crímenes, la víctima no se dio cuenta de que a centímetros de su cabeza, la muerte misma se metería en su cuerpo con un disparo, o dos, ¿o tres? Sucedió en un instante, como en casi todos los tristes casos acaecidos a lo largo de la historia de nuestro México, y en un escenario que podría parecerse a muchos otros. Escenarios todos tristes, de nefastos asesinatos, como lo fueron la casona de la antigua calle de Portería de Santa Clara para Aquiles Serdán; las cercanías de Lecumberri para Madero y Pino Suárez; la estación de Horcasitas para Abraham González; las tumbas del panteón de Xoco para Belisario Domínguez; la choza en Tlaxcalaltongo para Venustiano Carranza; la hacienda de Chinameca para Zapata; la calle de Juárez para Pancho Villa; Huitizilac para Francisco Serrano; Teocela para Arnulfo R. Gómez; el panteón de Mérida para Carrillo Puerto; el restaurante La Bombilla para Obregón; el Café Tacuba para Manlio Fabio Altamirano; una carretera en Guerrero para don Carlos Loret de Mola, y la carretera hacia el aeropuerto de Ciudad Victoria, Tamaulipas, para el doctor Rodolfo Torre Cantú y sus acompañantes.
Como afirma el escritor M.G. Damirón en su obra titulada Asesinatos Políticos en México, nadie puede decir que se haya cerrado la cuenta de los asesinatos en nuestro país. Los asesinatos del pasado ¿serán otros crímenes sin castigo? Si le preguntáramos al prestigiado y finado ex secretario de Educación, don Jaime Torres Bodet su sentir a este respecto, seguro nos contestaría que “siempre se quedan mil preguntas sin respuesta, en la hora en que el hombre penetra cobardemente y a mano armada en la vida de otros hombres”.
Y a diferencia del personaje Raskolnikof de la novela rusa Crimen y Castigo, la neblina de confusión y desesperación surgida a raíz de los lamentables asesinatos, no se queda en la mente de sus cobardes perpetradores; no señores, se queda en la memoria de todos los tamaulipecos y mexicanos que luchamos diariamente por un mundo mejor. Hasta pronto.