Recientemente, una serie de casos de maltrato animal que se han viralizado de manera local y regional han generado un interesante debate sobre la aproximación legal, la severidad en los castigos para reducir la incidencia y el arraigo cultural que hay en torno a todo esto, claro, como todo, con opiniones divididas en ciertos aspectos, pero con una mayoría que parece coincidir con la postura de indignación.
En los tiempos en los que ser políticamente correcto puede evitar que algunos se expresen con sinceridad, estos temas en los que lo socialmente aceptable es condenar el maltrato animal, sin duda los comentarios de indignación predominan cuando surge un video o fotografía con una escena de esta naturaleza, especialmente si se trata un caso local.
Afortunadamente, sí se ha generado una conciencia al respecto y en gran medida un genuino amor por las mascotas y los animales en general, en la que ya sea por ser políticamente correcto o por una verdadera convicción y cariño a esos seres que nos rodean, se debe estar reflejando en una disminución al maltrato, aunque las estadísticas pudieran dibujar algún incremento en los casos, pero esto sería atribuible mayormente a que se denuncian con más frecuencia los actos que anteriormente pasaban desapercibidos.
Poder defender o cuidar a los gatos, perros y otras especies a las que anteriormente no se les consideraban, es un gran paso, aunque claro, hay mucho por hacer para vencer el arraigo del maltrato y otros aspectos para evitar el sufrimiento relacionado de la actividad humana, pero tampoco hay que perder de vista a nuestra propia especie, pues la cultura del respeto y el cuidado debería aplicar para todos los seres que nos rodean, así como las acciones legales encaminadas a castigar la violencia.
En cuanto a los aspectos culturales; queda claro que esto comienza en la infancia, pues un niño que golpea a su mascota, ya sea por imitación o alguna clase de descarga de un difícil entorno familiar, se convertirá eventualmente en un individuo que ejercería esa violencia sobre su pareja e incluso los hijos, perpetuando de esta manera un ciclo que puede prevenirse en la mayoría de los casos.