La idea de que la educación se está deshumanizando es un tema de discusión en la actualidad, habitualmente relacionado con el creciente papel de la tecnología y los métodos de enseñanza-aprendizaje estandarizados. Si bien la tecnología ofrece personalización y acceso, especialistas, críticos y estudiosos argumentan que también puede conducir a la despersonalización si no se equilibra con la interacción humana y los valores morales y éticos. La deshumanización en el salón de clases es el proceso mediante el cual se priva a los estudiantes de cualidades que los hacen humanos, como la dignidad, la autonomía y el sentido de pertenencia, lo cual suele originarse a partir de prejuicios, estereotipos e ignorancia.
La utilización masiva de la tecnología en la educación ha mejorado e incrementado el acceso al conocimiento, pero también ha disminuido la interacción personal entre alumnos y maestros. Se está viviendo una etapa de deshumanización de la enseñanza-aprendizaje y, con ello, se amplía de manera significativa la brecha educativa. Para Paulo Freire (1970), el acto de deshumanización es una distorsión que justifica la demonización de los individuos, haciéndolos parecer menos humanos.
En la última década, la inteligencia artificial (IA) ha ingresado fuertemente en los sistemas educativos: asistentes virtuales, plataformas adaptativas, análisis de aprendizaje, contenidos generados por algoritmos y sistemas de predicción del rendimiento académico están transformando la forma y la dinámica del proceso de enseñanza-aprendizaje. Esta transformación tecnológica plantea un dilema central: ¿puede la IA mejorar los sistemas educativos sin sustituir la relación humana entre maestro y alumno? ¿Existe la posibilidad de personalizar la enseñanza-aprendizaje sin convertirla en un proceso mecánico, sin sentimientos y sin alma?
Una de las mayores contribuciones de la inteligencia artificial en la educación es su capacidad para personalizar la enseñanza-aprendizaje a gran escala, gracias al análisis de datos y a sistemas que pueden adaptar contenidos, métodos, estrategias, ritmos y evaluaciones a las necesidades particulares de los alumnos. Mediante algoritmos de aprendizaje automático, los estudiantes pueden avanzar a su propio ritmo con mayor autonomía y eficiencia. No obstante, junto con sus beneficios, la incorporación de la IA en la educación trae riesgos éticos, sociales y pedagógicos. Uno de los más polémicos es la posibilidad de deshumanizar la experiencia educativa. Asimismo, existe el riesgo de reducir al alumno a un conjunto de datos, dejando de lado aspectos cualitativos que no pueden ser apreciados por los algoritmos, tales como su historia personal, su contexto familiar, sus sentimientos, su sensibilidad y sus intereses más profundos.
Además, debe preocuparnos la disminución del juicio pedagógico profesional. Los maestros, además de aplicar métodos y estrategias, improvisan, interpretan, dialogan y cuidan a sus alumnos. Estas acciones profundamente humanas son difíciles de automatizar.
En conclusión, se puede mencionar que la IA puede personalizar la educación de formas que antes eran inimaginables. Pero el reto o desafío no es técnico, es decir, se trata de poner la tecnología al servicio del vínculo humano y no en su lugar.
