AULA ABIERTA

Convivencia sana y pacífica: ¿ideal que se exige o realidad que se construye juntos?

Escrito en OPINIÓN el

Hola, querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana, dándoles la más cordial bienvenida a este espacio semanal Aula Abierta, donde semana a semana compartimos reflexiones que buscan despertar conciencia y mejorar nuestra realidad educativa. Gracias por permitirme entrar en sus hogares, sus escuelas, sus pensamientos… y sobre todo, en sus corazones.

Esta semana quiero hablarles de algo que la Secretaría de Educación ha impulsado con fuerza en sus lineamientos y recomendaciones: la construcción de una convivencia sana y pacífica en las escuelas.

Pero más allá del documento oficial, yo me pregunto —como directora que vive el aula todos los días—: ¿realmente nos están guiando en el “cómo hacerlo”? ¿O solo se espera que lo logremos desde el silencio institucional y el esfuerzo individual?

La paz escolar no se decreta: se construye con todos. Desde la dirección de una secundaria, observo cómo día a día se entrelazan historias de adolescentes con emociones a flor de piel, docentes que trabajan con el corazón, y padres de familia que llegan buscando respuestas. Y entre todos esos hilos, lo que sostiene el tejido escolar es —o debería ser— una convivencia basada en el respeto, la empatía y el diálogo. Pero construir eso no es automático. Requiere más que una orden o una recomendación administrativa. La convivencia sana y pacífica no se impone. Se aprende. Se enseña. Se cultiva.

Los alumnos también necesitan guía, no solo corrección. Mucho se espera de nuestros estudiantes: que se porten bien, que respeten, que no provoquen conflictos. Pero ¿quién les está enseñando a gestionar sus emociones? ¿Quién les ayuda a ponerle nombre a lo que sienten? ¿Quién les ha dicho que una disculpa sincera vale más que una represalia?

La adolescencia es una etapa compleja. No es rebeldía gratuita, es búsqueda de identidad. Y en ese camino, necesitan adultos presentes, coherentes, atentos. No basta con señalar lo que está mal. Hay que acompañarlos para descubrir lo que está bien.

El docente también merece sentirse protegido. A los maestros se les pide paciencia, creatividad, empatía, liderazgo, formación constante y manejo emocional. Pero muchas veces se sienten solos. Expuestos. Desautorizados. He escuchado a docentes decir: “Ya no sé cómo actuar sin que me llamen la atención o sin que me graben.” Y eso es gravísimo. Porque nadie puede formar desde el miedo. Y nadie puede enseñar a convivir si está siendo atacado desde su propia comunidad.

Un maestro sin respaldo no puede sostener una comunidad pacífica. Necesitamos proteger su figura, fortalecer su liderazgo y validar su papel como constructor de paz.

Padres y escuela: del reclamo al trabajo conjunto. Es natural que los padres quieran defender a sus hijos. Pero defender no es atacar a otro niño, ni descalificar al maestro, ni exigir sin conocer el contexto.

Cuando un padre entra a la escuela alterado, sin intención de dialogar, se rompen puentes valiosísimos.

La familia y la escuela no deben enfrentarse, sino complementarse. Resolver conflictos con respeto, preguntar antes de suponer, acercarse para construir y no para reclamar, es lo mínimo que podemos hacer como adultos responsables.

Hay límites que no deben cruzarse. He presenciado casos donde un padre, por un conflicto entre su hijo y otro estudiante, llega a confrontar directamente al alumno involucrado. Eso no es protección. Eso es violencia. El único espacio autorizado para atender ese tipo de situaciones es la escuela, con acompañamiento directivo, mediación y seguimiento.

Un padre jamás debe asumir un papel que no le corresponde. El mensaje correcto no es “yo te defiendo con enojo”, sino “vamos a resolverlo con inteligencia y respeto”.

¿Y la Secretaría? ¿Nos guía o nos vigila? Sí, el documento oficial dice que debemos garantizar una convivencia pacífica. Lo firmamos. Lo compartimos. Lo imprimimos.

Pero en el fondo, muchos docentes y directores seguimos preguntándonos: ¿Cómo se garantiza esa paz si no se nos dan herramientas, acompañamiento, formación emocional ni personal de apoyo?

La intención institucional es válida. Pero sin estructura, sin asesoría, sin contención… la convivencia sana se convierte en una carga más para quien ya sostiene todo. Y aun así, el magisterio sigue en pie. Las escuelas siguen funcionando. Las comunidades educativas siguen intentando.

Seguimos apostando por la paz. A pesar de los vacíos, de las tensiones, de las resistencias, seguimos apostando por la paz. Porque hemos entendido que no hay transformación educativa posible sin una base emocional sólida. Porque sabemos que una comunidad sin respeto no puede formar ciudadanos justos. Y porque, a pesar de todo, creemos profundamente que la escuela sí puede ser el lugar donde aprendamos a vivir juntos, en armonía y con dignidad.

He sido testigo de alumnos que aprenden a disculparse, de padres que escuchan antes de reaccionar, de maestros que enseñan desde la firmeza pero con empatía. Esos pequeños gestos, repetidos todos los días, son los que verdaderamente sostienen la esperanza. “La paz no se impone, se aprende.” — María Montessori

Una invitaci??n desde el corazón. Queridos lectores, hoy no les escribo solo como directora. Les escribo como madre, como educadora, como mujer que ha entregado su vida a la formación de generaciones.

La convivencia sana y pacífica no es una expectativa ajena ni una frase de protocolo. Es una necesidad humana, urgente, posible. Y todos, absolutamente todos —padres, maestros, autoridades, estudiantes— tenemos algo que hacer para construirla.

Los invito a reflexionar sobre este tema. ¿Qué opinan? ¿Cómo viven ustedes la convivencia escolar en su entorno? ¿Qué están dispuestos a cambiar para que nuestras escuelas sean verdaderos espacios de paz?

¡Me encantaría escuchar sus opiniones!

Con cariño a mis lectores,

La Maestra Diana Alejandro