La idea del muro en Laredo, durante las dos administraciones Trump en Estados Unidos y de Abbott en Texas, han sido solo palabras y planes, pero esta semana por primera vez se notificó a la Ciudad de manera oficial, la intención del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) de llevarlo a cabo, incluyendo parte del área conurbada del sur de la ciudad.
Claro, están en su derecho de hacerlo, aunque la historia nos deja claro que esto no detendría el cruce de personas indocumentadas (que está en su mínimo histórico por las actuales políticas migratorias) y otras actividades ilícitas; por otro lado, sin duda el muro sí evitaría los llamados ‘splash downs’, que son aquellos episodios en los que criminales protagonizan persecuciones que concluyen lanzándose con su vehículos al río, para después huir nadando hacia el lado mexicano.
En esta parte de la frontera en la que el río ha sido siempre una barrera natural incluso más determinante y peligrosa que una barrera metálica, colocar un muro sería más una declaración del gobierno estadounidense, incluso un ‘deterrente visual’, para mostrar la postura de la actual administración.
Obviamente de inicio en toda la franja fronteriza que tiene al río Bravo -o Rio Grande River, como le llaman del lado norteamericano- como barrera entre México y Estados Unidos, obligaría a los migrantes y a grupos delincuenciales a modificar sus estrategias, pues ya no bastaría con cruzar el afluente y burlar a la Patrulla Fronteriza, sino que con el muro como un nuevo obstáculo, sería necesario esforzarse un poco más para sus objetivos.
Por otro lado está el impacto que advierten los ambientalistas, principalmente a la fauna; incluso en algo que pareciera menor, varias personas nos advertían que el muro podría evitar que acudan a sus lugares favoritos a pescar a la orilla del río, del lado estadounidense.
