AULA ABIERTA

¿Derechos Humanos o permisividad escolar? El delicado equilibrio que estamos rompiendo

Escrito en OPINIÓN el

Hola, querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga, la Maestra Diana, dándoles la más cordial bienvenida a este espacio semanal Aula Abierta, donde semana a semana compartimos reflexiones que buscan despertar conciencia y mejorar nuestra realidad educativa. Hoy quiero hablarles de un tema que pocos se atreven a tocar, pero que está presente en casi todas las escuelas: el uso distorsionado de los derechos humanos de los alumnos, que ha generado exceso de permisividad, pérdida de valores y debilitamiento de la autoridad escolar.

Los derechos humanos son un logro innegociable y un pilar que debemos defender siempre. Gracias a ellos se protege la dignidad de cada estudiante, se previene el abuso y se promueve un trato humano, justo y respetuoso. Sin embargo, también debemos reconocer que, en los últimos años, se ha generado una interpretación equivocada de estos derechos, al grado de convertirse -en algunos casos- en un argumento para justificar faltas de respeto, desafiar la autoridad o evadir responsabilidades. Cada vez escuchamos con mayor frecuencia frases como: “No me puedes llamar la atención, tengo derechos”, olvidando algo esencial para la sana convivencia: el derecho de uno termina donde comienza el derecho del otro.

Y ese “otro” no es únicamente el compañero de grupo. Ese “otro” es la maestra, el maestro, el personal administrativo, el directivo, el intendente, el prefecto y todos los miembros de la comunidad educativa, quienes también merecen respeto, dignidad y protección. Porque cuando un alumno levanta la voz para exigir respeto, pero no respeta; cuando reclama derechos, pero desconoce sus deberes; cuando se escuda en la palabra “derechos humanos” para justificar conductas inapropiadas, estamos ante un problema que afecta a todos.

Hoy vemos salones donde uno o dos alumnos alteran el clima escolar y, por miedo a ser señalado, el maestro evita corregir o marcar límites. ¿El resultado? Se vulnera el derecho de los demás estudiantes a aprender en un ambiente seguro y respetuoso; se deteriora el proceso formativo; y se desgasta emocionalmente a quienes diariamente sostienen la educación con vocación y entrega. Porque sí: los alumnos que desean aprender, que respetan, que cumplen, también tienen derechos, y esos derechos deben ser protegidos con la misma fuerza.

Lo verdaderamente alarmante es que la autoridad del maestro -figura formadora por excelencia- se ha debilitado desde tres frentes: alumnos que no aceptan límites, padres que justifican todo y autoridades que prefieren evitar conflicto antes que respaldar a quien educa. ¿Cómo podemos construir valores si el docente, por temor, ya no puede orientar, corregir o aplicar consecuencias? Cuando un maestro pierde la posibilidad de ejercer su autoridad pedagógica, se le arrebata su derecho profesional a educar, y con ello se hiere el derecho de toda una comunidad estudiantil a recibir educación integral. Hannah Arendt lo expresó con firmeza: “La autoridad ha desaparecido del mundo moderno, y con ella, la capacidad de educar.” Y vaya que esta frase describe nuestra realidad actual.

Educar no es imponer, pero tampoco es permitirlo todo. Educar implica equilibrio, y ese equilibrio se logra con firmeza amorosa, límites claros, libertad con responsabilidad y valores que sostengan la convivencia. La disciplina no lastima; forma. El límite no reprime; orienta. El maestro que corrige no humilla; cuida. Porque si evitamos cualquier frustración a los jóvenes para “no afectar su autoestima”, ¿qué pasará cuando la vida real les exija tolerancia, resiliencia, autocontrol y madurez emocional? Estaremos construyendo adultos frágiles ante la adversidad, incapaces de afrontar consecuencias y sin herramientas para respetar los derechos de los demás.

Por eso, es importante decirlo con claridad: defender los derechos humanos no significa anular la autoridad educativa,ni convertir la escuela en un espacio sin reglas. Al contrario: la verdadera defensa de los derechos humanos implica enseñar a convivir desde el respeto mutuo, a reconocer límites y a ejercer los derechos sin atropellar los ajenos. Proteger a un estudiante no significa evitar que aprenda de sus errores; significa acompañarlo a crecer a partir de ellos.

Queridos lectores, los invito a reflexionar:

• ¿Estamos protegiendo derechos… o estamos fomentando impunidad disfrazada de sensibilidad?

• ¿Quién protege el derecho del grupo a aprender sin interrupciones ni faltas de respeto?

• ¿Estamos enseñando a ejercer derechos con responsabilidad… o estamos criando generaciones sin límites?

• ¿No es también un derecho del maestro y del personal educativo trabajar con respeto, respaldo y protección?

Y antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial lleno de solidaridad y profundo reconocimiento a todas y todos los maestros y personal educativo cuyos derechos humanos han sido vulnerados; a quienes, en lugar de ser escuchados, fueron juzgados; a quienes pidieron apoyo y recibieron silencio; a quienes defendieron su vocación y fueron señalados por ello. Su voz merece ser escuchada. Su labor merece respeto. Su dignidad merece protección. No pierdan la fuerza ni la luz: necesitamos educadores valientes como ustedes.

Con cariño,

Dra. Diana Angélica Alejandro Alemán

La Maestra Diana