AULA ABIERTA

¿Por qué muchos maestros no se quieren jubilar?

Escrito en OPINIÓN el

Hola, querida familia, amigos y lectores, les saluda su amiga la maestra Diana Alejandro.

Hoy quiero hablar de un tema que nos concierne a todos y que toca el corazón del magisterio: por qué tantos maestros, directivos y administrativos no se jubilan, aun cuando ya cumplieron con los años de servicio.

Durante mucho tiempo se ha dicho que los maestros no se jubilan porque aman su trabajo, y es cierto: la vocación es parte de nuestra esencia.

Sin embargo, detrás de esa entrega hay una verdad más dura que debe decirse sin miedo: el problema no es la jubilación, sino que, durante toda la vida laboral, el trabajador de la educación nunca recibe el salario completo que realmente merece.

Muchos docentes solo perciben un porcentaje de su sueldo debido a deducciones, topes o ajustes que reducen lo que llega a su bolsillo. Ese ingreso incompleto se convierte más tarde en la base con la que se calcula su pensión, lo que hace que al jubilarse reciban menos de la mitad de lo que percibían en activo.

Por eso, aun con enfermedades, cansancio y años acumulados, muchos prefieren continuar trabajando. No lo hacen por falta de amor a su vida personal, sino porque no pueden darse el lujo de dejar de trabajar.

Durante décadas, el magisterio se rigió bajo el Régimen del Artículo Décimo Transitorio, que ofrecía una pensión vitalicia calculada con base en el sueldo y los años de servicio. En teoría, era un esquema de estabilidad. Sin embargo, en la práctica, muchos jubilados bajo este régimen descubren que su pensión no llega ni al 50% de su sueldo base, porque los cálculos no incluyen compensaciones, bonos ni estímulos que durante años formaron parte de su ingreso real.

Así, quienes aún pueden acogerse a este régimen, prefieren no hacerlo: saben que jubilarse sería condenarse a vivir con la mitad de su salario.

Con la reforma de 2007 surgió el Régimen de Cuentas Individuales, donde las aportaciones se depositan en una AFORE, como PENSIONISSSTE. Al llegar la jubilación, el trabajador debe elegir entre Retiro Programado, donde se cobra mensualmente hasta agotar el saldo, o Renta Vitalicia, donde una aseguradora otorga una pensión fija de por vida.

Pero en ambos casos, el monto mensual es mucho menor que el salario activo.

Y lo más preocupante: si el saldo se acaba o no se cumplen los requisitos para una Pensión Garantizada, el trabajador solo recibe una parte de sus ahorros y pierde su derecho al servicio médico, teniendo que contratar un seguro privado o pagar sus tratamientos, justo cuando más los necesita.

En consecuencia, muchos maestros enfermos o agotados siguen trabajando. He visto maestras con problemas de salud crónica frente a grupo, directores con padecimientos cardiacos que no se permiten descansar, administrativos que, aun con el cuerpo debilitado, cumplen con su jornada diaria.

No lo hacen por obstinación ni por ambición; lo hacen porque jubilarse significaría perder la seguridad económica y médica que tanto les ha costado sostener.

Esta situación no solo es injusta, sino también profundamente desalentadora. El desgaste físico y emocional afecta el desempeño y la calidad de vida del personal educativo.

El magisterio está lleno de héroes silenciosos que, a pesar de las carencias, el cansancio y la enfermedad, siguen de pie, cumpliendo con su deber. Pero no se trata de romantizar su sacrificio, sino de reconocer que nadie debería verse obligado a trabajar enfermo para sobrevivir.

El país necesita mirar con respeto y empatía a quienes han entregado su vida a las aulas. El problema no es la jubilación, sino que el salario y las pensiones del sector educativo no reflejan el verdadero valor del trabajo docente.

Mientras no se dignifique el ingreso, mientras el sistema continúe descontando injustamente y mientras las pensiones sigan calculándose sobre percepciones parciales, seguiremos viendo a nuestros maestros trabajando más allá de sus fuerzas.

Jubilarse debería ser un acto de gratitud del Estado hacia quien educó generaciones enteras, no un salto al vacío financiero.No puede llamarse justicia social cuando un maestro, después de 30 o 40 años de servicio, teme enfermarse porque su retiro lo dejaría sin recursos o sin atención médica. Jubilarse no debería ser sinónimo de pobreza, sino de tranquilidad, descanso y reconocimiento.

Desde este espacio, quiero expresar mi más profundo respeto y admiración a todos los maestros y maestras que han dedicado su vida a enseñar. A quienes siguen frente al grupo con el alma cansada pero el corazón firme.

A quienes enseñaron con tiza, con amor y con esperanza.

A quienes formaron generaciones completas sin esperar aplausos, solo el agradecimiento silencioso de sus alumnos.

A todos ellos, mi reconocimiento y mi gratitud.

Queridos lectores, los invito a reflexionar: ¿cómo podemos, desde nuestras familias, escuelas e instituciones, garantizar que el retiro de nuestros maestros sea digno, suficiente y humano? Me encantará leer sus opiniones, propuestas y experiencias.

Porque quien educó con amor no debería temer envejecer.

Porque quien formó corazones merece vivir con el suyo en paz.

Y porque el magisterio mexicano no pide privilegios, exige justicia y dignidad.

Con cariño y admiración a mis lectores,

La maestra Diana Alejandro.