DESDE LA FRONTERA

Viajando en autobús, el vuelo es buitral

Escrito en OPINIÓN el

Escribía Josep Pla (1897-1981), en una cita que todavía no se desgasta:

— Viajando en autobús, el vuelo es gallináceo.

El escritor se refería a que los viajes en bus (en México, preferimos la voz “camión”) narrados en su libro eran “recientes, insignificantes vagabundajes”. Pequeños trayectos por la costa catalana, de un localismo — el de toda ave doméstica —, antes que migraciones a lugares exóticos. Sin embargo, la palabra connota, también, aspectos como desplazarse a ras de tierra y apretujado, codo con codo; de ahí, el éxito impresionista del adjetivo. Páginas más adelante de ese Viaje en autobús (1942), el gironí lo aplicará a la plática de las tertulias: “Un racionalismo de vuelo gallináceo, casero, pequeño-burgués, de ayudante de contaduría”.

A todo esto, hagamos una matización desde el noreste mexicano: el viaje en bus es, en ocasiones, “buitral”. Cualquier lector reconocerá el derivado de la palabra buitre (“zopilote” es una manera de denominar al buitre negro americano). Pascual Riesco Chueca (“Notas sueltas de lexicografía histórica leonesa (II)”, Argutorio, núm. 43, 2020, p. 49) apunta, según ordenanzas municipales en el norte de España, que la palabra “buitral” significa “cutral, buey viejo” (cutral proviene del latín culter-tri, cuchillo, por el destino al matadero de ese tipo de bueyes). De ella, deriva “buitralado”, como buey “destinado al matadero”. El paso a “buitral” pudo ser, prosigue Riesco, un error de copia, a partir de cómo los carroñeros buitres rondarían al buey viejo. La trasposición la legitimaría lo gráfico de la etimología popular.

Mi aportación modesta a la historia de la palabra “buitral” (monopolizada en México por un tequila llamado así: en la botella, dibujado un buitre antropomorfo, armado como charro, aunque con la variante de portar gafas de sol, de roquero o invidente), es la siguiente anécdota:

En uno de los últimos meses del año pasado, a finales de una semana de cuya fecha no quiero acordarme, tomé un bus Matamoros-Reynosa. La central camionera matamorense continuaba en remodelación; había brotado un voraz King Fried Chicken; no había ya durmientes por los suelos, expelidos por tales obras o el descenso del flujo migratorio, vaciamiento similar al de la central camionera de Monterrey. Eso sí, la obra gris propiciaba, aún, lianas de cables entre polvo, por dónde podría emboscar Alien, el octavo pasajero.

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Puesto que pasaba por Río Bravo, el viaje era de un par de horas. A la entrada a Reynosa, el camión se detuvo. Subió un veinteañero, pantalón negro y playera gris, o viceversa, con el tatuaje de una cruz bajo una oreja, y comenzó a preguntar a los pasajeros: de dónde viene, qué iba a hacer allá, qué viene a hacer aquí, a qué se dedica.

El objetivo — de inicio u oportunidad — fueron los ciudadanos mexicanos que volvían del consulado de EEUU en Matamoros, donde gestionaban una visa; muchos se regresaban por el aeropuerto reynosense. A ellos les cobraron por la gestión de cobrarles la gestión y en esa tautología está la magia del robo matrioska: la extorsión tornóse “cooperación voluntaria”.

La web iNaturalist México cuenta que al buitre negro americano se lo avista, frecuentemente, en Tamaulipas; por lo comprobado, también goza de buenísima salud su variante bípeda e implume noresteña:

— Viajando en autobús, el vuelo es buitral.

Años atrás, los miedos solían vedar trayectos en carro entre ciudades del noreste —aunque todo conductor precavido porte siempre un billetito, no sea que sujetos quieran zopiloteárselo y le pidan “para la coca”. Se dice que, en el antiguo régimen, los buses eran absorbidos en bloque, capturas siniestras con todo pasajeros, cristales y ruedas —pero aun hoy se puede quedar cautivo en algún filtro, y a veces, incluso, reviran las bolas de nieve oscura de las desapariciones. Prosigue, pues, es el susto, como cuando se aterra al niño chiquito (“viajando en ...bu, el vu... es bu...”).