A menudo, el orgullo es vinculado a la arrogancia, la vanidad, el exceso de estima propia, que suele conllevar un sentimiento de superioridad, pero la Real Academia también lo describe como sentimiento de satisfacción.
En mi caso, ese segundo significado se apega más a lo que hoy siento.
Presente está en mi mente mi llegada a esta gran empresa. De 16, casi 17 años de edad, con la ilusión de todo adolescente que comienza su transición hacia la vida adulta, con hambre de triunfo, con deseos de abrirse paso por el difícil camino del periodismo.
Hace ya 46 años, a mi llegada, un manto de calidez, de compañerismo me cubrió. Venía recomendado por Alberto Guerra Salazar, un periodista que admiro y respeto, y esperaba ser un poco como él.
Nuevos rostros de personas muy grandes aparecieron, entre ellos Mariano Almanza Arrieta, Juan Luna Meza, más tarde don Francisco Fe Álvarez, Carlos Camacho y, por supuesto, Roberto Mora.
Pero también guerreros “de a pie”, que hoy ya caminan en el sendero de la eternidad, como don Jesús “Chito” Villarreal, Jesús López Aboytes, Gustavo Olvera Munguía, Joaquín Soto y muchos, pero muchos más cuyos nombres llevo en mi corazón en letras de oro, pero que sería imposible mencionarlos uno a uno.
Con el transcurrir de los días, un mundo nuevo se abrió ante mis ojos, aquel que se acomoda en una pequeña trinchera, en la que se debe ser combativo, fuerte, objetivo, directo para sobrevivir a los embates de aquellos que tienen como doctrina destruir la libertad de expresión, de los que oprimen, de los que mienten, de los que engañan para conseguir alimentar sus intereses.
Sí, el proceso fue lento y aún lo es. Apenas han pasado 46 años desde que toqué este suelo por donde caminan guerreras y guerreros de sangre de tinta, de alma de letra, que se alimentan de verdad, de dignidad y llenan su corazón de orgullo por hacer respetar los derechos de los que menos tienen, de los oprimidos, de los rebasados por almas duras, corruptas, por sacerdotes del pesimismo. Hay aún mucho que aprender, hay aún mucho qué defender, hay mucho qué combatir y rendirse no es opción.
Y no lo es porque aprendí a seguir a mujeres y hombres valientes, rectos, puros, llenos de amor por sus semejantes, orgullosos por cada pequeña batalla ganada, por cada pequeño avance en un mundo que a veces se ve lleno de podredumbre.
Se me hizo un huequito en una familia unida, en una en la que Ninfa Deándar Martínez y sus hijos Ninfa, Ramón, Heriberto y Cuquis nos muestran día a día que vamos todos juntos por el mismo sendero. Hoy recorro ese sendero acompañado de grandes mujeres y hombres, como Martha, Mauricio, Daniel, Belloc, Francisco, Emma, Lucero, Alan, Alberto, Sandrita, Olliver, Israel, Idalia, Castillo, Erick, Gustavo, Fernando, Jorge, Pedro, Manuel, Rosendo, Erick, Sandra, Cinthia, Paty, Conrado, Dulce, Santos, Carlos, Juan Carlos, Juan, Adrián, Osvaldo y muchos, pero muchos más que, repito, sería imposible mencionarlos, pero que tienen en mi corazón un sitio especial.
100 años y casi la mitad de ellos los he vivido como parte de esta familia, de este ejército que defiende lo justo, que no baja la mirada ante el poderoso, que no claudica ni lo hará en otros 100 años.
¡Qué orgullo pertenecer a la familia de El Mañana!