Recientemente presencié el desarrollo de un tema relativo a la iatrogenia y la discrepancia en el diagnóstico médico. La filósofa Roxana Kreimer planteaba que las discrepancias en los juicios profesionales no afectaban exclusivamente a la medicina, sino también a otras profesiones. Pero en el caso de la medicina la discrepancia en el diagnóstico adquiría especial importancia por tratarse de un tema de salud y en ocasiones representa un asunto de vida o muerte. Kreimer afirmaba que el tema compete en alto grado a la filosofía y que Hipócrates, el padre de la medicina, decía que el médico debería ser también filósofo. Por ello al final de su disertación recomendaba leer el libro de Mario Bunge titulado “Filosofía para Médicos”. En el prefacio del libro, Bunge considera que, aunque la filosofía no despierte gran interés en el médico, éste la utiliza a cada momento en su profesión. Considera que la filosofía busca organizar el pensamiento y aporta bases para desarrollar un razonamiento claro sobre las enfermedades, su diagnóstico y trabamiento.
Bunge hace un recorrido histórico en el desarrollo de la medicina y traza el origen de la medicina moderna en las prácticas de las primeras civilizaciones que se caracterizaron por ser materialistas antes que espiritualistas, como la hipocrática, la ayurvédica y la china tradicional.
El núcleo de la medicina hipocrática sobre la enfermedad es la hipótesis del equilibrio de los cuatro humores. La adopción de una ontología materialista del abordaje de la escuela hipocrática representó un gran avance en el camino hacia la medicina moderna. Fue hasta el siglo XIX en que la medicina llega a la edad adulta con el desarrollo de la ciencia básica.
La filosofía del siglo XIX no ayudó al avance de la ciencia, pero, según Bunge, fue el ala radical de la ilustración francesa la que le dio impulso. Este enfoque tuvo gran impacto en la medicina porque promovió el uso de la técnica.
El abordaje del concepto enfermedad se fundamenta en dos escuelas filosóficas, la objetivista y la subjetivista. Las segundas niegan la realidad de la enfermedad al sostener que los trastornos de la salud son espirituales o construcciones sociales. Bunge considera que los médicos han sido objetivistas y que la medicina se salvó del subjetivismo por el empirismo de la escuela hipocrática. Aun así, considera que los médicos deben tener en cuenta que las enfermedades son procesos naturales, pero su reconocimiento como problemas médicos depende del nivel de conocimiento y de los juicios de valor. Por eso plantea que hay enfermos, no enfermedades. Los enfermos son reales, pero las enfermedades son clases, especies o tipos y se adentra en el análisis semántico de la clasificación de las enfermedades.
Respecto al abordaje del diagnóstico clínico, Bunge considera que éste no se basa en un razonamiento inductivo o deductivo, sino abductivo, es decir, se conoce el efecto y se espera conocer las causas. Discute las limitaciones del diagnóstico en base “al ojo clínico” o la intuición, o solo con base en la estadística, sugiriendo como alternativa apoyarse en el conocimiento científico para elaborar un buen diagnóstico. Otros temas abordados en el trabajo de Bunge son los relativos a los medicamentos y a los ensayos clínicos que proporcionan la mejor prueba de la eficacia del tratamiento. Los últimos capítulos versan sobre la prevención, la ética y el estatus de la medicina ¿ciencia, técnica o servicio? La lectura de esta obra es una invitación para fundamentar el quehacer médico.
Piedras Negras, Coahuila, a 12 de marzo de 2024.