El 25 de noviembre es la fecha que, año con año, nos invita a reflexionar sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres. Una reivindicación que ha buscado, desde su instauración por Naciones Unidas en 1999, hacer conciencia sobre terminar con todas las formas posibles de violencia a las que las mujeres estamos expuestas sólo por ser mujeres.
Sin embargo, el caso reciente de Melanie, la chica tamaulipeca golpeada brutalmente por su novio afuera de una fiesta, luego de una discusión por presuntamente haber tocado el cuerpo de la amiga, muestra que aún estamos lejos del objetivo.
Pero si creyéramos que se trata de una problemática presente sólo en nuestra sociedad mexicana, los casos de Gisele Pelicot en Francia, violentada sexualmente por decenas de hombres con el consentimiento de su esposo; o el beso no consensuado a Jenni Hermoso, campeona mundial de la selección de futbol española en 2023, por parte de quien era presidente de la federación deportiva de ese país, demuestran lo contrario.
El tema de las violencias contra las mujeres no se asocia directamente a sistemas económicos o niveles de desarrollo, a sociedades progresistas o regímenes democráticos o antidemocráticos. Se trata de un sistema más amplio, más allá de delimitaciones internacionales o sistemas político-ideológicos, se trata de un sistema cultural donde el poder se asume del lado de los hombres.
Ya sea un novio molesto por ser increpado por su pareja, un marido que lo ha sido por más de 50 años o un directivo de federación deportiva, se trata de hombres que se asumen en una posición de poder superior al de las mujeres; no sólo superiores a quienes consideran “su” pareja, “su” esposa, “su” jugadora, su propiedad, sino superiores a todas las mujeres.
En un sistema donde se asume que son ellos quienes detentan el poder, las relaciones jerárquicas de dominación determinan la forma en que nos relacionamos mujeres y hombres; y en ese sentido es que esos hombres violentos creen que pueden tocarlas, besarlas o compartirlas con otros hombres.
Estos ejemplos de violencias rompen nuestros esquemas porque generalmente la violencia ejercida contra las mujeres se piensa bajo ciertos estereotipos: hombres desconocidos, por ejemplo, valiéndose de calles oscuras y/o empuñando un arma; cuando en realidad se trata de hombres comunes y corrientes llevando a cabo actos de violencia de género normalizada. Es decir, los casos aquí recuperados parecen recordarnos que cualquier hombre puede ser un agresor y toda mujer es una posible víctima.
Es terrible, dicho así. Entonces, ¿qué hacer? En el día internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres –de nuevo– debemos replantear la forma como nos construimos socialmente, asumiendo roles de género estereotipados, tradicionales y binarios como mujeres y hombres.
Debemos asumir el compromiso de abonar a una sociedad donde las relaciones interpersonales se establezcan bajo el reconocimiento de las otras personas como iguales. Cambiar los imaginarios sobre la propiedad de las mujeres y la posición de poder y dominación de los hombres. No callar ni justificar ningún acto de violencia, e insistir en que se castigue a quienes la ejerzan.