Todas las semanas hay noticias que sorprenden por la falta de inteligencia de sus protagonistas y por los “aplausos” de sus amigos, que parecieran tener en mismo sentido común del protagonista.
El hecho ocurrió en España, en el puente colgante más alto del país, donde no faltaban las advertencias de no escalarlo, donde un joven inglés apellidado Stevenson, de 25 años, gustaba protagonizar sus hazañas. Pero la buena suerte lo abandonó, al caer y morir en el acto.
La crónica del periódico publicó lo siguiente:
“El abuelo del fallecido, aseguró que su familia intentó hablar con él antes de la catástrofe para convencerlo de frenar su práctica, sin embargo, no lo consiguieron.
“Todos intentamos disuadirlo. Siempre intentábamos disuadirlo de hacer cosas, pero él era así. Le encantaba hacerlo, siempre salía a la calle pensando que todo le iría bien. Lo hacía por placer”,
La nota aclaraba que nadie le pagaba. Bastaba con subirlo a las redes sociales, y algunos “likes” de apoyo o de admiración.
Lo triste es que el desprecio a la vida propia a cambio de la aceptación de personas que nunca se conocerán, es tan dramático como el desprecio de la vida de los demás, que esperan nuestra aceptación, no en los medios electrónicos, sino en la misma vida.
A esto se refería el Papa en un discurso el 17 de octubre, sobre la incapacidad:
“En primer lugar, la inclusión de las personas con discapacidad debe ser reconocida como una prioridad por todos los países. Lamentablemente, en algunas naciones sigue habiendo dificultades para reconocer la igual dignidad de estas personas. Hacer que el mundo sea inclusivo significa no sólo adaptar las estructuras, sino cambiar la mentalidad, para que las personas con discapacidad sean consideradas a todos los efectos participantes en la vida social. No hay verdadero desarrollo humano sin la contribución de los más vulnerables. En este sentido, la accesibilidad universal se convierte en un gran objetivo a perseguir, de forma que se eliminen todas las barreras físicas, sociales, culturales y religiosas, permitiendo a todos aprovechar sus talentos y contribuir al bien común. Y esto en todas las etapas de la existencia, desde la infancia hasta la vejez. Me duele cuando la gente vive con esa cultura de descarte de los viejos. Los ancianos son sabiduría y se les descarta como si fueran zapatos feos.
“Garantizar servicios adecuados a las personas con discapacidad no es sólo una cuestión de asistencia, sino de justicia y respeto a su dignidad. Todos los países tienen el deber de garantizar las condiciones para que cada persona pueda desarrollarse integralmente, en comunidades inclusivas.
“Por ello, es importante trabajar juntos para que las personas con discapacidad puedan elegir su propio camino en la vida, liberándolas de las cadenas de los prejuicios. La persona humana nunca debe ser un medio, ¡siempre un fin! Esto significa aprovechar al máximo las capacidades de cada persona, ofreciéndole oportunidades de un trabajo digno. Una forma grave de discriminación es excluir a alguien de la posibilidad de trabajar. El trabajo es dignidad. Si se excluye la posibilidad, se les quita eso. Lo mismo puede decirse de la participación en la vida cultural y deportiva: es una ofensa a la dignidad humana.
“Las nuevas tecnologías también pueden ser poderosas herramientas de inclusión y participación, si se hacen accesibles a todos. Deben orientarse hacia el bien común, al servicio de una cultura del encuentro y la solidaridad. La tecnología debe utilizarse con sabiduría, para que no cree más desigualdades, sino que se convierta en un medio para acabar con ellas.
“Por último, el tema de la inclusión debe tener en cuenta las urgencias de nuestra casa común. No podemos ignorar las emergencias humanitarias relacionadas con las crisis climáticas y los conflictos que afectan de manera desproporcionada a las personas más vulnerables, incluidas las personas con discapacidad. Es nuestro deber garantizar que las personas con discapacidad no se queden atrás en estas situaciones, que estén protegidas, que reciban la asistencia adecuada. Debemos construir un sistema de prevención y respuesta de emergencia que tenga en cuenta sus necesidades específicas y garantice que nadie quede excluido de la protección y la asistencia.
“Considero su trabajo como un signo de esperanza, para un mundo que con demasiada frecuencia olvida a las personas con discapacidad o que desgraciadamente las despide antes de nacer: ven la radiografía y (despiden) al remitente. Los animo a seguir por este camino, inspirados por la fe y la convicción de que cada persona es un don; cada persona es un don precioso para la sociedad. San Francisco de Asís, nos recuerda que la verdadera riqueza se encuentra en el encuentro con los demás, especialmente con aquellos a los que una falsa cultura del bienestar tiende a descartar. Entre las víctimas del descarte están los abuelos, los ancianos, en la residencia de ancianos. Es algo muy malo. Lo que hacemos con los ancianos, nuestros hijos lo harán con nosotros. No lo olvidemos. Juntos, podemos construir un mundo en el que la dignidad de cada persona sea plenamente reconocida y respetada”.
Hasta aquí la palabra del Papa, hacerlo realidad es algo que tenemos la última palabra.
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