COMPARTIENDO OPINIONES

La elección

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Hay noticias que pueden sorprendernos y nos ponen a reflexionar. Una de ellas, sobre la decisión que tiene que tomar el señor Richard Moore, quien fue declarado culpable de asesinato que cometió en 1999, y de otros delitos por un jurado del estado de Carolina del Sur y condenado a muerte.

A pesar de las apelaciones, tal parece que la sentencia se cumplirá y le pidan que elija el tipo de muerte con la cual será ajusticiado: la silla eléctrica, un fusilamiento o la inyección letal.

La sentencia a muerte es cruel, como cruel y alevoso el asesinato que cometió. No es la polémica de si es o no válida la sentencia de muerte (en mi opinión, no es justificable), pero, no cabe duda que nuestros actos injustificables tienen consecuencias que, tarde o temprano se hacen realidad.

Por supuesto que este tipo de finales no es parecido a los que vemos en películas, pero de alguna manera, nuestras acciones, positivas o negativas, dejan huella. No existen castigos, solo consecuencias a nuestras acciones.

Sin embargo, en muchas de nuestras actitudes preferencias, podemos estar sentenciando a muerte lo mejor del ser humano: su dignidad. Lo que hacemos hoy siempre tendrán consecuencias. Por eso, es necesario que la prudencia dirija nuestra vida.

En un mensaje de hace unas semanas, el Papa nos ha alertado sobre este tipo de tendencias:

“Nadie tiene derecho a mirar de arriba a abajo al otro, como si no valiera nada. Esa actitud altanera es lo contrario de la compasión: regodearse en la propia supremacía frente a quien está peor. Y esto no pasa sólo con los más ricos, ya que mucha gente cae en esa tentación de nuestro tiempo. Mirar desde lejos, mirar desde arriba, mirar con indiferencia, mirar con desprecio, mirar con odio. Así se gesta la violencia: así se gesta el silencio de la indiferencia. Ese silencio indiferente que habilita el rugido del odio. El silencio frente a la injusticia abre paso a la división social, y la división social abre paso a la violencia verbal, y la violencia verbal abre paso a la violencia física, y la violencia física a la guerra de todos contra todos. Y ahí está la cola del diablo. 

La actitud contraria es “dejar tirado”, y, a veces, además, burlarse del caído. Después vienen las excusas, “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. Creo que es la justificación, no la primera, es la segunda justificación más antigua de la Biblia. ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? “No tengo tiempo, que se ocupe otro”. “Es su culpa, no miró por dónde pisaba, se metió en un camino peligroso, no era suficientemente inteligente, no se esforzó como yo”. Esa actitud no es cristiana, peor, tampoco es humana, no es la actitud de un hombre de buena voluntad: ¡Nosotros levantemos al caído, siempre, siempre! Solamente una vez en la vida, solamente en una situación se puede mirar a una persona de arriba a abajo: para ayudarla a levantarse. Nunca en otra situación, siempre de frente. Levantemos al caído siempre, a todos los caídos, buenos o malos, con méritos o sin ellos. Que nadie quede tirado, por favor. Y hay tantos tirados por la calle, tantos tirados, tanta gente que no tiene qué comer y que está ahí por la calle pidiendo algo, que perdió la casa, que perdió el trabajo o que simplemente es gente que no tuvo la capacidad de andar adelante. Puede ser gente enferma, lo que usted quiera, pero están tirados. Miremos al tirado, que nadie quede tirado, y ahí sí mirar de arriba a abajo para levantarlo.

 ¡Cómo quisiera que las nuevas generaciones encontrasen un mundo mucho mejor al que recibimos nosotros! Sin embargo, tal vez podría decirles que nuestra posteridad va a recibir, quizás, uno peor: no es pesimismo, un mundo ensangrentado por guerras, violencia, herido por una creciente desigualdad, devastado por la expoliación de la naturaleza, alienado por modos deshumanizados de comunicación, completamente desinformado por formas interesadas de gestión de la información, sin paradigmas políticos, sociales y económicos que marquen el camino, con pocas utopías y enormes amenazas.”

Hasta aquí el mensaje del Papa. Todos nosotros, de alguna forma, somos víctimas o victimarios. Somos quienes ayudamos o nos dejamos ayudar. El paternalismo o la criminalización son destructivos. Las consecuencias de las malas elecciones son evidentes. Literalmente se pierde la vida. En muchas ocasiones la sangre de quien sufre y de quien agrede se mezcla. Seamos responsables de nuestras decisiones. Pero, en ello, como siempre, usted tiene la última palabra.

padreleonardo@hotmail.com