La contienda política del 2024, nos recibe con una nueva estructura de los contendientes. Estamos lejos de los partidos tradicionales del siglo XX; por un lado, un partido-movimiento, Morena, que a pocos años de su fundación se ha consolidado como la principal fuerza política del país; esto explicable por tres factores. Primero su líder, fundador e ideólogo, un político activo y congruente, el más destacado de este país en las últimas décadas. Por otro lado, un pueblo despierto, politizado, informado y feliz por lo logrado, pero también preocupado por los nubarrones que todos advertimos. Sus dos aliados, el Verde y el PT, partidos del viejo estilo que han sobrevivido siempre a la sombra de otros más grandes o protagónicos; tienen cualidades, una ideología propia y constancia; el primero, defensor del ambiente, y el segundo, de izquierda.
El tercer factor es que Morena ha integrado una doctrina a través del tiempo y a partir de varias fuentes: una se encuentra en los ya casi 20 libros escritos por el fundador, pero también en otros documentos, conferencias, artículos, mesas redondas, debates de militantes, dirigentes y simpatizantes.
Los valores principales han sido el apego a la democracia, el cambio por medios pacíficos, sin violencia, pero con valor civil y la otra columna teórica, la justicia social como finalidad de la política, luchar por una mejor distribución de la riqueza. “Por el bien de todos, primero los pobres” ha sido la consigna.
Enfrente una amalgama (no resisto decir mescolanza) de tres partidos del siglo pasado, apoyados claramente por grupos empresariales; tanto partidos como grupos, con significación y presencia durante el régimen anterior.
Estos partidos son en primer lugar el PRI, que estuvo cerca de 80 años en el poder, partido “oficial”, la “aplanadora” como le bautizó el inolvidable periodista Nikito Nipongo; partido que quiso ser único, nunca perdía, sabía “arreglar las elecciones”, creador de triquiñuelas y fórmulas para falsificar resultados y mantenerse siempre en el poder; como dijo un distinguido militante del mismo, su amalgama para mantener unidos a todos era la complicidad en la corrupción.
Otro partido, en el que milité hace algunos años, es el PAN, en sus inicios su fundador puso el acento en la democracia y en el liberalismo económico; al correr del tiempo adoptó rasgos evidentes de doctrina social cristiana y durante unos años fue escuela de ciudadanía y fuente de propuestas de justicia social hoy olvidadas, como la participación de los trabajadores en las utilidades y la dirección de la empresa o el fomento del cooperativismo.
Este partido de centro derecha, a partir de la expropiación de la banca y más significativamente cuando esta se devolvió a los particulares, se convirtió en un aliado del PRI y como dijo Vicente Fox cuando fue candidato, “se guardan los principios en un cajón”. Desde entonces se encuentra en plena decadencia.
El último partido de esta alianza asombrosa, de antiguos rivales y de ideologías divergentes, es el PRD. De izquierda, heredero de un socialismo militante y a veces radical, en lugar de influir en los partidos de derecha, por rencillas internas, celos de grupos y tribus, acabó convirtiéndose en el más pequeño de los protagonistas de la alianza opositora.
Todos los partidos, Morena y los opositores, deben estar bien advertidos de los riesgos que les esperan; por lo pronto señalo dos. Uno es lo que ampliamente estudió el politólogo Robert Michels, quien explicó cómo las oligarquías y las burocracias de los partidos fueron sus peores enemigos; partidos exitosos podían fácilmente convertirse en pesados aparatos si sus militantes no tenían participación en las decisiones y todo quedaba en manos de los dirigentes y de los burócratas. Tanto en Morena, como en sus rivales, ese riesgo está latente y en mi opinión, se presenta ya en algunas decisiones y en la selección de alianzas que las bases califican de oportunistas.
El otro gran riesgo es que las campañas electorales se conviertan en una competencia entre expertos en mercadotecnia; se dice frecuentemente que ideas y candidatos “son sólo mercancías” que hay que vender y entonces las campañas pierden su esencia ideológica y se convierten en competencia de recursos económicos, espectaculares, eslogans y todo en manos de creativos. Se atiende a los ojos y a la imaginación de los votantes y no como debe ser a su razón.
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