En julio de 2018 los excluidos de México produjeron un cataclismo político que dejó en nocaut técnico a los partidos históricos. PRI, PAN y el PRD, su dócil acólito, alcanzaron la existencia fantasmal. El paso resuelto de las mayorías se dio cuando esos partidos estaban vaciados de todo contenido social, como resultado de su inmensa borrachera con la corrupción. La ya añeja desconexión especialmente del PRI con su base social histórica se hizo visible. Las élites priistas y panistas recalaron en severos conflictos internos. En la pugna por el hueso podrido de la corrupción, viejas élites fueron desplazadas por unas más jóvenes, más adictas a ese hueso, más lejanas del pueblo que, con sus votos, reconstituye periódicamente el Poder Ejecutivo y el Legislativo. El envilecimiento hasta la obscenidad de Fox y Calderón creció con Peña Nieto. Los “Alitos” desalojaron a los Osorios y a las Paredes, los Markos y los Von Roehrich apartaron a los Morfínes y a los Maderos. La baja calidad política de los cuadros priistas y panistas fue de mal a peor.
Como a todos consta, por hoy ese prianismo en minoría puede en cualquier momento volverse mayoría con los solidarios votos prianistas de la Suprema Corte (SC). No hay en ello novedad, son los votos con los que siempre contó, constantes y sonantes, que continúan contando. La SC estaba a la orden del presidente en turno. La SC y el entero Poder Judicial son parte firmemente consistente del prianismo. El poder de este bloque político procede no sólo de su genio oscuro para hacerse de votos mediante adulteradas prácticas corruptas, también deriva de ser propietario de la legalidad de última instancia.
Un número desconocido, pero probablemente numeroso de los cuadros políticos de Morena, proviene de ese mundo de decadencia. El esfuerzo que la izquierda de Morena tiene que realizar para asegurar la continuidad de la 4T es descomunal; pero es difícil que ese partido pueda realizar una depuración digna de ese nombre, si forzosamente debe pasar por la aduana de la democracia de las élites políticas, en 2024. La tarea de limpiar Morena de políticos infames puede ser una tarea pospuesta, sin fecha clara de ajuste de cuentas.
Hace algunos días el Presidente habló de la probabilidad de un corrimiento de Morena “hacia el centro”. “El centro” siempre ha sido una indeterminación política, sin compromiso con nadie, especialmente con el pueblo. Ojalá que tal desdicha no ocurra, porque lo que México necesita es una vuelta de tuerca más hacia la izquierda, al menos una. No hay continuidad del proyecto de la 4T sin un corrimiento hacia la izquierda. La legitimidad de Morena depende del cumplimiento, sin dudas, de los derechos sociales previstos en la Constitución Política. En el presente la credibilidad de Morena proviene de la legitimidad sostenida del Presidente, y de un ejercicio de gobierno que va lentamente cumpliendo las expectativas de los gobernados mediante la satisfacción gradual de las necesidades de los de abajo. Con el cambio de estafeta, cesará la fuente de legitimación representada por AMLO. No queda más que el cumplimiento creciente de los derechos sociales.
Morena está obligado a mirar el mundo de modo continuo. La “segunda ola rosa” de gobiernos progresistas de América Latina no es firme. Chile está dando pasos hacia atrás. En Argentina hay una suerte de empate entre izquierdas y derechas, con una terrorífica inflación persistente alimentada por empresarios, y una economía que va más a pique en el corto plazo. Brasil, en el marco de movimientos geopolíticos decisorios del presente y del futuro previsible de la economía mundial, apuesta a la instauración de China como nuevo poder hegemónico internacional, y al BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) como bloque de futuro que no se arredra frente a EU y la OTAN. En México el gobierno de Morena apuesta, de manera por demás incierta, al poder hegemónico de EU, sin poder diferenciarse en este punto crucial de los partidos que gobernaron el pasado neoliberal; ningún otro país periférico se ha visto en un intríngulis internacional, económico y político, más escabroso. EU marcha lenta pero indefectiblemente hacia un futuro que lo desplaza de la hegemonía internacional, si una tragedia nuclear no cambia brutalmente la historia de todos.
México está estructuralmente impelido a ir a la par en esa marcha con EU. Precisamente por ello México debe explorar resueltamente su incorporación al grupo BRICS. “La política implica optar entre inconvenientes”, dijo alguna vez AMLO. No hagamos del inconveniente de nuestra dependencia con EU, un destino inapelable. De otra parte, por más difícil que parezca, México debe insistir en la formación de un bloque económico latinoamericano; es una palmaria necesidad nuestra frente a EU.
Debido a la complejidad de ese panorama, AMLO y Morena enfrentan un desafío formidable en la sucesión presidencial: cómo y con quién se le enfrenta con mente y miras puestas en la mejora de la vida de los de abajo.