Estoy con don Abundio, el sabio viejo del Potrero de Ábrego, en un restaurante de cabrito en Monterrey.
Hemos bebido un par de copas de tequila, cada una con su correspondiente cerveza bien helada -el caballo y la potranca-, y ahora él tiene frente a sí una suculenta riñonada y yo un sabroso pecho. En una mesa vecina cuatro lindas muchachas parlotean, y cerca del mostrador un fara fara -conjunto norteño de acordeón, bajosexto y contrabajo- entona corridos de la tierra.
No sé si es el tequila, la cerveza, el manjar, las muchachas o la música lo que me pone filosófico. A decir verdad tengo el defecto de que todo me pone filosófico. Así, busco iniciar una conversación de trascendencia. Con acento solemne le digo a mi compañero:
-Don Abundio: cuando pasemos a mejor vida...
Me interrumpe:
-¿Mejor que ésta, licenciado?
Ya no inicio la conversación de trascendencia. Me pongo a disfrutar la música, el parloteo de las muchachas, el manjar, la cerveza y el tequila.
Quiero decir que me pongo a disfrutar la vida.
Ésta.
¡Hasta mañana!...